A diferencia de la prudencia, que es la perfección del entendimiento práctico, el arte se refiere al bien de la obra, no al bien del hombre. Los antiguos gustaban de resaltar esta diferencia, en su habitual comparación de prudencia y arte. Basta con que haga una buena pieza de madera o joyería; el hecho de que un artesano sea despreciable o perverso no tiene importancia, lo mismo que no tiene importancia que un geómetra sea celoso o malvado, con tal de que su demostración nos dé una verdad sobre geometría (...). Oscar Wilde no era más que un buen tomista cuando escribió: "el hecho de que un hombre sea un envenenador no dice nada contra su prosa".
Es interesante también Etienne Gilson, The Arts and the Beautiful, Chicago, 1965, p. 15-16**:
El artista perfecto no es el que pone el arte más elevado al servicio de la verdad más alta [que es el primer principio, que existe por sí mismo], sino el que pone la verdad más alta al servicio del arte más perfecto. La consecuencia lógica de esto es que el arte no es la más perfecta de las actividades humanas. Con todo, es una de ellas, y ninguna otra puede ocupar su lugar. Si el arte es la realización de la belleza por sí misma, no hay sustituto imaginable para ella.
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