Ánimoterapia.
No estás del todo bien: debilidad, cansancio. Estás, vaya, hecho unos zorros. Entonces llega el optimista:-Te veo bien.
Estás a punto de decirle que se limpie las gafas, que vaya al oculista, que tenga más pesquis, pero optas por poner tu peor cara, para infundir compasión.
-En serio, te veo mucho mejor que la semana pasada.
La semana pasada zampabas alubias, ibas al monte, leías incluso a Philip K. Dick.
-Además, hay que tirar para alante. Luchar.
No sé a qué se refiere el sano con lo de "luchar". Se imagina que la enfermedad es como un combate de boxeo: te dan pero contestas, te tumban pero al caer le pones la zancadilla al rival. A un pastillazo respondes con un palíndromo.
-Pues mira -le dices al optimista-, estoy bastante jodido, lo que pasa es que me ves con buenos (y miopes) ojos.
Y entonces viene lo que más temes: la palmada en la espalda, el codazo cómplice en los riñones, el puñetazo cariñoso en el hombro:
-Venga, chaval.
La enfermedad es una lucha contra los sanos.
Pedro, que en el cielo nos encontremos. Rezo por ti. Y quizá hablaremos de libros (o no).
Sobre él escriben aquí y aquí.
¡Qué buena esa nota!
ResponderEliminarEs así como dice, tantas veces. Será que:
Yo sé que ver y oir a un triste enfada,/
cuando se viene y va de la alegría,/
como un mar meridiano a una bahía/
esquiva, cejijunta y desolada.
(Ando leyendo una miniantología de Miguel Hernández para conocerlo un poco más, sabrás disculpar).
Por la calidad de tu blog, que felicito muy sinceramente, quería comunicar que tienes un premio (Thinking blogger award: http://palabrasdecafe.blogspot.com/2007/08/un-premio-un-premio.html) enhorabuena y un abrazo.
ResponderEliminarQuizá yo hubiera sido ese optimista, pero un enfermo siempre tiene razón, siempre es santo. Que Dios lo tenga en su gloria.
ResponderEliminarMe quedo -por la cuenta que me trae- con tu último deseo: que nos encontremos en el cielo...
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