Torrelobatón, La Santa Espina, San Cebrián de Mazote, Urueña, Villagarcía de Campos (I)
Pasamos Zaratán y Wamba deprisa, sin parar, para llegar a tiempo al castillo de Torrelobatón. Llegamos a las dos menos cuarto. Acababa de celebrarse una boda, todo estaba lleno de confettis, el coche de la novia (supongo) estaba lleno de corazones de cartulina. Habría sido un espectáculo ver esa boda (por lo civil, oficiada por la alcaldesa).
Le pedimos a la encargada que nos dejara dar una vuelta: se negó, aunque le explicamos que uno de nosotros había escrito un artículo sobre el castillo (y era verdad). Era muy lerda, era la funcionaria obstruccionista de libro, toda dificultades. Sólo podíamos ver el castillo pagando y chupándonos hora y media o dos horas del centro de interpretación de los Comuneros que han plantificado en el castillo. Y a mí los comuneros, cómo decirlo, me importan un bledo. El nacionalismo castellano me pone tan enfermo que me dan ganas de vomitar (y lo mismo o más, el leonés). Mal está ser nacionalista gallego, por ejemplo, ¡pero castellano! Acabáramos.
Afirmo: entre maquetas y centros de interpretación va a visitar los monumentos de Castilla su padre. Ahora me he acordado de otras maquetas que vi en Tordesillas hace unos días: supongo que si las ves te evitas tener que mirar los originales, otro motivo no lo encuentro. Y para qué tanta basura, si bastaría con ver lo que hay, para qué esos centros de interpretación, salvo para colocar a superlerdas cancerberiles. Pero si sólo visitando las iglesias Castilla es inabarcable.
De allí a la Santa Espina, antiguo monasterio cisterciense que conserva la reliquia de una espina de la corona de espinas de Cristo. Allí se encontró Felipe II con su hermanastro don Juan de Austria. Otra boda, esta vez por lo religioso (es un decir). Los invitados, como en la otra boda, la civil, llevaban los trajes como yo el de submarinista. Entramos a todo correr, cuando salían los novios. Mayorcitos eran y no parecían especialmente embelesados cuando salían por la nave central solos; supongo que se temerían la escena del arroz y luego estaba el hecho de que lo más importante eran las fotos.
Nosotros sólo oímos el ¡Vivan los novios! Cuando salimos, el típico gracioso le estaba dando a la novia la bolsa del arroz, para no tirarla al suelo. Así era el tono: como para ahorcarse.
Al hermano de La Salle que iba a cerrar le pedimos que nos dejase verlo un poco, pero nada. Estuve por recordarle que tengo un tío de su marca, pero ya desconfiaba de peticiones, después de la gran lerda de Torrelobatón. Nos quedamos sin ver la capilla de la santa Espina. La iglesia era bonita, pero así, a toda velocidad y amenazado de cierre no lo disfrutas.
Nos sentamos a comer allí mismo, en un banco en un prado, con arbolitos. Qué bien se estaba allí, parecía La Flecha de fray Luis, aunque sin río. Una hora después salieron del recinto los novios, que habían estado haciéndose fotos.
Menos mal que el resto de la excursión fue mucho mejor.
Ya veo, está claro que me quedo sin notas de campo sobre Villalar. Y eso que mi pobre abuelo era militar, que conste, que con los comuneros el hombre nada de nada.
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