miércoles, 14 de marzo de 2007

Sobredosis de juanolas

31 días sin fumar.
Orgullo de 'haberlo conseguido' y miedo de dar al traste con todo en un momento aciago.
A veces veo a alguien con un pitillo y me dan ganas de quitárselo de las manos.
He pasado por algún momento de duda existencial: "¿para qué todo esto?"
Ventajas:
-No tengo que buscar momentos o lugares para fumar.
-Puedo estar en un sitio sin tener que pensar en salir.
-Le doy una alegría a mi familia.
Desventajas:
-Me parece que le estoy dando la razón a la talibán de las acelgas (la ministra de sanidad).
-Tengo sobredosis de juanolas, caramelos de menta y similares.
Ventajas que me prometían:
-Oler. Sigo sin oler nada.
-Mejor tono físico. Nop. Quizá el hecho de que coincida con un postoperatorio hace que sea una situación especial.

8 comentarios:

  1. Quienes tenemos zapaterofobia hemos de vigilar nuestra salud para poder desalojar del gobierno al Lince Ibérico. Así que, ánimo, no nos podemos permitir ni una baja.

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  2. ¡Mucho ánimo! Yo ya lo he intentado un par de veces, y siempre caigo. Al menos en el tema de los sabores lo habrás notado ¿No? Siempre puedes probar con el regaliz de palo, y ni te acerques a los bares ¡¡Suerte y fuerza compañero!!

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  3. dejar de fumar es darle la razón a la ministra?¿ o más bien velar por tu salud y la de los que te rodean?
    estoy muy orgullosa de no fumar y no haber fumado nunca, y me jode infinitamente tener al lao a alguien siempre echando humo hasta por las orejas....
    to kapnisma boréi na skotosei!!!!!!!!!!

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  4. ¿Y por qué hay que fumar?

    Saludos de un exfumador (desde hace tres años y medio).

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  5. Animo, espero que lo consigas erradicar de tus costumbres. Mi padre lo consiguió y después acabas notando la diferencia (a mejor). Bravo, valiente!!!

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  6. De José Luis García Martín, en La Nueva España, a propósito de Trapiello:


    A los escritores, como a las personas, hay que tomarlas por lo que son, no por lo que nos gustaría que fueran. Con La cosa en sí (Pre-Textos) llegan ya a catorce los tomos del diario de Andrés Trapiello. De todos ellos he sido uno de los primeros comentaristas. A vuelta de muchos merecidos elogios (tópica resulta ya la afirmación de que se trata de una obra sin par en cualquier literatura), nunca he resistido la tentación de darle al autor un par de tirones de orejas y algunos buenos consejos. Debo decir en su favor que, si bien jamás ha hecho el menor caso de los consejos, ha solido aceptar con insólita y franciscana paciencia los pescozones.

    No cometeré el error de perder el tiempo señalando lo que sobra o lo que rechina en este prodigioso e inmenso baúl. A Andrés Trapiello le gusta regresar de sus periplos con exceso de equipaje. Así está seguro de que, si no todo lo que trae en sus maletas tipográficas es del gusto de todos, nadie dejará de encontrar en ellas algo de su gusto.

    ¿A qué recriminarle que, mientras dice rechazar las cominerías de la vida literaria, se enfangue en ellas una y otra vez? También tienen su gracia los desaforados ataques contra Santos Sanz Villanueva (no le perdona ni las gafas de sol que llevaba en una vieja foto) sólo porque, al parecer, hace años no aceptó la sugerencia de un alumno para realizar un trabajo académico sobre su obra. ¿Y a qué volver a repetir que el ocultar el nombre de las personas pierde cualquier sentido si se aplica mecánicamente, lo mismo cuando se caricaturiza feroz y divertidamente a un Vila-Matas fácilmente reconocible que cuando se trata de un admirado arquitecto, Juan Navarro Baldeweg, ocasional compañero de avión que en un instante le dibuja una esquemática veleta para acompañar los poemas de Emily Dickinson? ¿Y a qué sugerir siquiera que la entrañable estampa de toda la familia leyendo a la vez su última novela, Días y noches, con los ojos húmedos de admiración y pasmo, desentona un poco, lo mismo que, por razones opuestas, las demoradas fantasías eróticas con las periodistas jóvenes que vienen a hacerle alguna entrevista?

    Mejor que censurar nada -como sus ingenuas diatribas contra «el mundo académico español» todavía, al parecer, no preparado para aceptar que Alberti resulta intercambiable con Pemán (una de sus reiteradas obsesiones: pero si el comunismo de uno resulta tan reprobable como el fascismo de otro, la poesía, qué le vamos a hacer, es muy superior)- subrayar las muchas maravillas que este tomo encierra, ya desde el primer párrafo: «Con el olor de la pólvora, con el olor del mar y con el olor de una rosa a nadie le haría falta salir de casa para ser feliz. La gente se pierde y pierde la vida por alguna de esas tres cosas, en la guerra, en los viajes, en la paz».
    Siempre hay guerra de guerrillas literaria en los diarios de Trapiello. Al contrario que Mae West, cuando es malo puede ser muy bueno (que se lo pregunten a Gimferrer), pero cuando es bueno resulta todavía mejor. ¡Qué emocionante resulta su crónica del apagamiento de Ramón Gaya, quien por las fechas que cubre este diario cumple 90 años! ¿Y qué decir de la visita a H., la librera? Pocas veces ha leído uno páginas escritas con más comprensiva, admirativa, cervantina ternura.

    Vale la pena mirar hacia otro lado cuando el autor se enreda en uno de sus habituales ejercicios de falsa modestia (no le importa que no le inviten a visitar a Aznar, pero averigua quién fue el causante de ello -Luis Alberto de Cuenca- y no deja de arremeter contra él), porque unas pocas páginas después quedan compensados con creces. Nunca nos cansaremos de acompañarle al rastro, de descubrir con él nuevas librerías, nuevas bibliotecas, sea el zaquizamí de un librero de viejo o la espléndida de Enrique y Joaquín Díez-Canedo en una casa colonial de México.

    México y Colombia son los nuevos destinos que se añaden a los habituales viajes que tanto agradece el lector de estos diarios. Ya se han antologado las páginas extremeñas del Salón de los Pasos Perdidos. ¡Qué hermoso tomo quedaría -nada que envidiar a Stendhal- con las dedicadas a Roma! ¡Y qué esperpéntica crónica, tan a lo Eugenio Noel, con las que se ocupan de conferencias y lecturas poéticas por la España profunda! Esta vez, y como rara excepción, se libran del sarcasmo los anfitriones de La Rioja.

    El viaje a México tuvo como pretexto la Feria de Libros de Guadalajara. Andrés Trapiello sabe ridiculizar como nadie la vanidad de sus queridos colegas y el trayecto en taxi con el autor de Bartleby y compañía pasará, sin duda, a las antologías del humor. Como tantos otros capítulos -los viajes en avión, por ejemplo- de este volumen desaforado, de este libro del que cualquier otro autor sacaría muchos libros.

    En los capítulos extremeños -todos los diarios, como bien saben sus lectores, comienzan y terminan en Las Viñas, una casa de campo cercana a Trujillo- hay lirismo y costumbrismo, estampas bucólicas de otro tiempo, que es también el nuestro, y expresionistas grabados de la España negra. Historias que se cuentan junto al fuego en noches de tormenta.

    «Aquello que te censuren cultívalo, porque eso eres tú», cita Cernuda en Historial de un libro. Y añade: «No digo que esa máxima sea sabia ni prudente, pero yo la puse en práctica poco después de publicar mi primer libro». También Andrés Trapiello parece haber puesto en práctica la misma máxima. Y no seré yo quien se lo reproche. La estética minimalista -menos es más- no va con él. Lo suyo es el exceso. Para Trapiello, más es siempre más, pero nunca lo suficiente. Por eso el buque de gran calado de La cosa en sí llega a las librerías acompañado de dos fragatas de la serie Los desvanes, complementaria de los diarios: Naranjas de la mar y Más o menos, publicadas ambas por La Veleta.

    Una fiesta. A ratos fatigosa, como todas. Pero siempre una fiesta. Al anfitrión no hay que darle consejos (ni siquiera que, antes de reprocharle a Prada cierta alusión a las preferencias eróticas juanramonianas, lea las investigaciones de Ignacio Prat), sino dejarle a su aire. Sólo así, cuando creíamos conocer todos sus recursos, nos sorprende con su mejor truco: convertir en lo nunca visto eso mismo que vemos todos los días.

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  7. ¡Bien! ¡Avanti! Supongo que cuantos más días pasan, más facil es, porque uno va viendo como se engorda ese número de "días sin". Y es todo un curriculum a mostrar orgullosamente.

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