Me despedí de Cádiz (espero que no por mucho tiempo) y llegué a Madrid hacia las tres. Tenía seis horas hasta el avión de Santiago, así que quedé con Antón a las cuatro y media en la parada de metro de Ópera.
En el metro me sentí como Hercules in bivio; a un lado una adolescente que bailaba al ritmo de su ipod, ajena a todo. Era muy guapa, pero con pinta de que le vendría bien una visita al psicólogo; bailaba sola sin darse cuenta (¿de verdad?) de que todo el vagón la estaba mirando. En el otro extremo, una mujer como la de Revelación, ese gran cuento de Flannery, sermoneaba a su marido y de paso a todo el vagón: oíamos a la señora y veíamos a la adolescente.
Llegué con tiempo, para adelantarme a Antón, que siempre es extremadamente puntual. En la plaza, mendigos y gente de mal vivir y yo. Pasaron dos chicas con un cartel (Abrazos gratis) y me dijeron que si quería: les dije que no. Luego me he enterado de que es un proceso viral en la red: un tío empezó a hacerlo y se ha extendido por el mundo. Es como cuando Forrest Gump se puso a correr por el mundo y otra muestra de buenismo. Seguro que a Zapatero le gustaría la idea, razón de más para que no me guste a mí y olé mi misantropía.
Al fin llegó Antón, diez minutos tarde. Me explicó que no funcionaba la máquina de entrada y que tuvo que ir andando a la siguiente parada de metro (es un poco calvinista, como veis, aunque en su blog escribe cosas tan hermosas como esta). Nos fuimos a una exposición en el Palacio Real, con obras maestras del Museo Capodimonte de Nápoles. Un cuadro maravilloso de El Greco, otro de Tiziano, otro de Ribera, otro de Anton van Dyck, uno medianejo de Mantegna (¡pero era de Mantegna!) y otros para rellenar. Como debe ser: varios cuadros hermosos y un rato para mirarlos. De ahí fuimos a la cripta de la Almudena, que es como un bosque de columnas y panteón funerario a la vez. Siempre me gustó (no como la Catedral), pero nunca la había visto iluminada: pierde, es mejor a oscuras, como una novela gótica, entre tumbas y columnas neorrománicas.
Nos tomamos algo en un bar, para comprobar lo faltones que son los camareros en Madrid: y sí, el que nos tocó lo era. Las patatas bravas, revenidas (en Galicia, resesas): otra cosa típica de Madrid.
En el vuelo de vuelta, agotado, con ganas de llegar a casa. Está bien viajar pero también es bueno volver.
Me ha gustado lo de:
ResponderEliminar"En la plaza, mendigos y gente de mal vivir y yo."
Mira que es sencillo el mobiliario humano de nuestras ciudades, especialmente el de Madrid. Supongo que Madrid habr'a supuesto una c'amara de descompresi'on entre C'adiz y Santiago. Muy buenos los post desde C'adiz.