miércoles, 8 de noviembre de 2006

Para qué este blog

En una librería de viejo de Cádiz vi la edición de bolsillo de El tejado de vidrio, de Andrés Trapiello (Destino, Barcelona, 1999) y como fue el primer volumen de Diarios que leí de él y estaba a tres euros y quería comprobar lo que él cita tantas veces de JRJ, eso de que En ediciones distintas los libros dicen cosas distintas, me lo compré. Y lo he vuelto a disfrutar como la primera vez; me temo que está en marcha la tercera (o cuarta) lectura de los trece volúmenes en desorden, como la primera vez, a la espera de que se publique el próximo, La cosa en sí, que según fuentes bien informadas saldrá en diciembre. Y no sé por qué me gustan tanto esos Diarios, cuando hay muchas cosas en las que no estoy de acuerdo con él: debe de ser que en lo central sí.
Del prólogo (p. 10), donde explica que sus Diarios son ‘una novela en marcha’, estos párrafos que me gustaría que se pudieran aplicar a este blog (negritas mías):

Cuando se anotan con cierta regularidad los sucesos de cada día y al cabo de unos meses se hace arqueo, somos nosotros los primeros en sorprender que ése que ha escrito el diario parece haber vivido mucho más que uno mismo. A un diario le sucede lo que a las campanadas de un reloj: cuando son muchas y agrupadas se oyen mejor que cuando son pocas, y también ellas parecen entonces más acompasadas, decididas, netas.
Al ver reunida nuestra vida llega incluso a figurársenos más armoniosa y rotunda, y no porque en verdad lo sea, sino porque es diferente: se vive más cuanto más se recuerda.
De manera que ya estamos así de lleno en el terreno de la literatura, de la novela. No es preciso siquiera mentir. Llegados a un punto, la vida misma, de tan real, nos parece una ficción.
Dudo, no obstante, de que con un diario vaya a ser mejor el mundo. Tampoco nuestra vida. Ni siquiera la literatura. ¿Qué persigue, pues, el autor de unos diarios como éstos? Normalmente se suele explorar en ellos los sueños, las ilusiones, pero con más frecuencia uno se convierte en testigo involuntario que ve cómo a los unos y a las otras se los lleva la riada de la vida cotidiana. Con los días se hacen los años, pero los años terminan por escaldarnos, a poco que nos descuidemos. Polvos y lodos, he ahí los extremos corredores que pisa el fingidor de estas páginas, el novelista de estos diarios íntimos, el diarista escrupuloso de esta novela, al que le gustaría, dicho sea de paso, que se dijera de él que todo lo vio “con ánimo generoso, enamorado y compasivo”.

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