Ayer recordé de repente el camino que hacía todas las semanas cuando iba de Ciudad Real a Puertollano. Es extraño lo que tenemos guardado en la memoria y cómo salen cosas que habíamos olvidado que estaban allí. No pensaba que guardase almacenados incluso itinerarios, que tuviese un GPS de serie.
Había una especie de circunvalación a media ladera desde la que veías el pueblo debajo, encajonado entre dos montes. Llegabas a un extremo, bajabas, cedías el paso (o no) y entrabas en una calle que llevaba a una de las arterias principales, muchas veces llena de coches. Por ahí se venía de la refinería, que tanto me gustaba ver cuando volvía, a lo lejos, una especie de nave espacial llena de luces, como si la nave imperial de Darth Vader huibera aterrizado allí.
No me gustaría formatear mi memoria: aunque sobren muchas cosas, está bien esto de que aparezca en la bandeja de entrada ese itinerario. Que luego son personas: Damián, Pepe, Millán, otro Pepe. Y una rebotica, la primera que conocí, que era como dar un salto atrás de cincuenta años.
Griego: apotheke (almacén), pero pronunciado a lo griego tardío: [apothika]. De ahí en castellano bodega / botica (se pierde la a inicial y se sonorizan las consonantes sordas, más o menos). En gallego en cambio adega (aquí no se pierde la a, sino -po- y se sonorizan las sordas). En catalán botiga (como en castellano pero sonorizando otras y con cambios vocálicos distintos). En frances boutique. Los germanos utilizan la palabra transcrita apotheke para la farmacia.
Mi memoria: una bodega con cosas mohosas o una botica, espero que con remedios medicinales.
Recorrido que dentro de nada podràs hacer circulando por autovìa. Es verdad lo que dices, tal vez tenìas los documentos en la papelera de reciclaje pero no habìas eliminado lo que ella contenìa, un saludo
ResponderEliminarEn los vericuetos de la memoria aparecen cuando menos te lo esperas paisajes, rostros, olores... que creías olvidados para siempre. Es mejor dejarlos ahí, pues forman parte de nuestro disco duro (personal, intransferible), sin que la mayor parte de las veces ni lo sepamos. Yo recordaré siempre -mientras viva- el olor de los polvos de talco que usaba mi abuela, olor que envasaría en mi bodega particular (o botica, lo mismo da)para destaparlo a mi antojo en las tardes frías del invierno y sentirme acurrucada en su regazo cuando tuviera miedo...
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