sábado, 22 de julio de 2006

Santa María Magdalena

Hoy, en la Misa en las Carmelitas se celebraba la fiesta de santa María Magdalena (la monja francesa leyó en el Aleluya, con ese acento encantador que confunde eses y zetas, este texto latino tan hermoso, aunque claro, en traducción española) y a la vez el sacerdote utilizaba los textos de la Misa por los agonizantes, porque una de las monjas estaba en ese momento entrando en agonía.
Santa María Magdalena, antes prostituta, a la que prostituimos otra vez cuando negamos, contra toda evidencia, que quisiese a Jesús como Cristo (que no es exactamente lo mismo que querer a Jesús como Jesús), con todo su corazón; la hemos prostituido también -aunque con inocencia- cuando le damos su nombre a un producto de repostería, que Proust utilizó de piedra mágica de la memoria (hablo de oídas, no he leído a Proust).
Somos sucios, querríamos que nadie sea más que nadie, y rasamos por nuestro nivel (ese, creo, es el resumen de La regenta de Clarín), porque no soportamos la idea de la santidad (al menos en los otros).
Y Santa María Magdalena es una santa como la copa de un pino. El mejor momento de la historia -al menos literaria y artística- de España fue el de la devoción a la Magdalena: fray Luis de León, Pedro de Mena.


Ahora en España, en Occidente, muchos querrían que fuera simplemente una prostituta: no aceptan la conversión o dicen que todo el mundo es bueno, y así, la conversión para qué.
Sólo hay una tristeza en esta vida, la de no ser santos, dijo Bloy, ese gran pecador (leed lo que está escribiendo Hernán sobre él últimamente, puro oro: empezad por aquí y seguid con los más recientes).
Y es muy triste negar la posibilidad de la santidad. Y las prostitutas nos precederán en el Reino de los Cielos.

1 comentario:

  1. Oportuna "descodificación" de la mujer que vio por primera vez al Señor resucitado.

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