Es una gran suerte vivir en Santiago, pero después de leer este artículo de Oscar Esquivias en el suplemento de viajes de El País, me gustaría volver por algunos pueblos de Burgos: Pampliega, Santa María del Campo, Mahamud y Villahoz, entre los ríos Arlanza y Arlanzón. Esquivias dice esto [y lo dice muy bien; negritas mías]:
El Arlanzón y el Arlanza son dos ríos humildes, no muy caudalosos, cuyo nombre resuena en los versos del romancero. Pero ambos ríos no sólo pertenecen a la Castilla legendaria, sino también a la menos literaria de los labradores, ganaderos y mercaderes. En su curso bajo (el que visitaremos hoy) cambian el acento épico por el campesino y riegan enormes tierras campas, fértiles, casi llanas o suavemente onduladas, cuyo aspecto varía radicalmente con las estaciones y el ciclo del cereal: cuando germina, toda la campiña es verde y amable; alzada la cosecha, la monotonía de las rastrojeras sólo se alivia con algún árbol junto a los arroyos o los caminos. Uno se acuerda entonces de las palabras de Gómez de la Serna cuando afirmaba que si no fuera por los chopos, Castilla se moriría de pena.
Todos esos pueblos los he visitado hace años, yendo desde Burgos o desde Valladolid.
Una vez fuimos de pequeños a Pampliega, un pueblo muy bonito con un olor a patatas podridas que venía del río (ahora creo que hay una depuradora de agua). Visitamos a una señora que llevaba muchos años (¿20? ¿25?) en la cama, enferma. Se notaban sus piernas pequeñas bajo la colcha blanca, una colcha impoluta. Esa señora estaba muy conforme con su situación; era una especie de santa y nos impresionó mucho a nosotros, que debíamos de ser muy pequeños, porque no se quejaba.
Y Villasandino, un pueblo con una enorme iglesia, en la que rezó el Beato Rafael, y un poeta que cantó a la Virgen.
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