Aquello mismo que destruía las sobrevivencias del pasado y las formas de vida tradicional (pensemos en una medida política como las Desamortizaciones de Mendizábal y Madoz) contribuía indirectamente a hacer más deseables y nimbados de una nueva belleza a los restos de la historia o los escenarios incontaminados. El siglo XIX fue, en tal sentido, un siglo retórico y quizá hipócrita, pero hoy somos herederos de su hipocresía estética.
Interesantísimo comentario, creo: Mainer suelta perlitas de estas sin despeinarse.
En el romanticismo se creo una "estética de las ruinas" que por ejemplo se puede ver en los cuadros de Friedrich o (de forma un poco irónica) en Northanger Abbey, de Jane Austen. Añoramos un modo de vida que nos cargamos: ese campo idílico que en realidad nunca existió, esos grandes monumentos religiosos que son ahora sólo cuatro paredes, una vida patriarcal como la que describe George Eliot en Adam Bede.
Nosotros somos modernos, hemos arrumbado el pasado, pero lo añoramos. Tras el furor de lo nuevo, descubrimos que tantas cosas hermosas se han ido junto a otras que hemos conseguido.
*MAINER, José-Carlos, "Introducción", en Benito Pérez Galdós. Prosa crítica, introducción y edición de José-Carlos Mainer; notas de Juan Carlos Ara Torralba, Madrid, Espasa-Calpe, 2004, p. XI-LXXXIII. Aquí p. LXX
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