Varios me han felicitado por el nuevo Papa, porque lo ven 'de mi lado'.
Sí que estoy muy contento por el nuevo Papa, pero no se trata de eso. Mejor lo explica Esperando nacer.
Si todo dependiera de motivos coyunturales tengo muchas razones para estar muy contento:
-Catedrático de Teología. Un enorme teólogo. Estudió en la Universidad de Munich, donde pasé cuatro meses. Admiro la ciencia alemana más de lo que pueda explicar aquí.
-He leído su autobiografía y me asombró su trayectoria intelectual (aquel terrible momento en el que Schmaus -el gran teólogo dogmático- estuvo a punto de aparcarle de la carrera académica cuando presentó la tesis).
-Leí el Informe sobre la fe, aquella entrevista con Messori de hace veinte años, que fue una tremenda campanada sobre los problemas de la Iglesia. Fue un libro que me impresionó.
-Tiene un tremendo dominio del latín y griego (ahora mismo está pronunciando su primera homilía como Papa ¡en latín!). [Por cierto que por Rogueclassicism, que citaba el Washington Times, me enteré de que Juan Pablo II tradujo el Edipo Rey de Sófocles al polaco].
Pero todo esto es simplemente una lista de motivos para sentir simpatía por él. De lo que se trata es de que es il dolce Cristo in terra, sea quien sea. Un sacerdote me decía ayer que si tuviera que definirlo lo calificaría de humilde. Pudo ser la estrella del firmamento académico progresista, pero prefirió ser visto como un retrógrado, un papista, el guardián de la ortodoxia, el romano (cuando los alemanes, como explicaba él mismo muy bien, padecen de complejo antirromano), el personaje odioso al que le pegaban las bofetadas que no se atrevían a darle a Juan Pablo II.
Otro sacerdote me decía: me da pena de él; 78 años, con no muy buena salud y expuesto a ataques ya desde el primer momento.
Muchos motivos para rezar mucho por él.
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