Un atento lector me dice que no le gustó lo de la batalla de Teruel porque se temía que lo de las clarisas iba a acabar mal. Ya he acabado el libro. Cuando se rindieron los nacionales, el mando republicano dio instrucciones muy claras de que se tratara humanitariamente a los refugiados; pretendían demostrar con ello que la locura de los primeros meses de guerra ya no tenía cabida. Esto es lo que dijo el Obispo de Teruel, que estaba refugiado con 68 sacerdotes:
La compañía 84, fundamental en la conquista republicana de Teruel, que es la que estudia el libro, protestó porque la querían hacer volver al frente después de dos días de descanso, cuando les habían prometido por lo menos una semana, porque estaban agotados después de tres semanas de lucha en unas condiciones límite de frío. El militar al mando (antiguo alcalde de Mérida) decidió un castigo ejemplar: fusilaron a 46 de ellos que sólo querían poder tenerse en pie. Sin juicio, esa misma noche. Los demás fueron enviados a batallones de castigo. Muchos al acabar la guerra estuvieron en la cárcel o en campos de concentración y vivieron muchos años con el estigma de los derrotados. El antiguo alcalde de Mérida volvió a España en los setenta y le tuvieron que ayudar, porque estaba en la pobreza, él que como alcalde de Mérida había iniciado las representaciones en el Teatro Romano y había impusado las excavaciones. Por lo que contaba, había estado veinte años en un manicomio de Inglaterra.
Tengo el sumo gusto de testificar que desde mi evacuación del Seminario de Teruel hasta mi llegada a la estación de Rubielos de Mora se me han guardado toda clase de consideraciones y que de corazón agradezco.Trece meses después el Obispo y su vicario fueron fusilados. No sé qué pasaría con las monjitas que veían a los republicanos como el demonio, si se cumplieron sus temores o las trataron humanitariamente. En Google no encuentro nada.
La compañía 84, fundamental en la conquista republicana de Teruel, que es la que estudia el libro, protestó porque la querían hacer volver al frente después de dos días de descanso, cuando les habían prometido por lo menos una semana, porque estaban agotados después de tres semanas de lucha en unas condiciones límite de frío. El militar al mando (antiguo alcalde de Mérida) decidió un castigo ejemplar: fusilaron a 46 de ellos que sólo querían poder tenerse en pie. Sin juicio, esa misma noche. Los demás fueron enviados a batallones de castigo. Muchos al acabar la guerra estuvieron en la cárcel o en campos de concentración y vivieron muchos años con el estigma de los derrotados. El antiguo alcalde de Mérida volvió a España en los setenta y le tuvieron que ayudar, porque estaba en la pobreza, él que como alcalde de Mérida había iniciado las representaciones en el Teatro Romano y había impusado las excavaciones. Por lo que contaba, había estado veinte años en un manicomio de Inglaterra.
Triste historia la de la Guerra Civil, que todavía envenena nuestra convivencia.
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