A mediados de enero me enteré de que padecía cáncer (de agresividad media baja y con bastantes posibilidades de curación después de un tratamiento de quimioterapia y posterior operación). Supongo que cada uno tiene una manera distinta de afrontar la enfermedad. Yo decidí desde el principio no perder la alegría y utilizar el amor a los demás como método para respirar bien. Aunque es difícil prescindir de todas las heridas interiores que han conformado nuestra vida, lo mejor es olvidarse del cuerpo propio (afortunadamente estoy soportando la quimio sin efectos secundarios significativos) y mirar a los demás. Se aprende mucho en las salas de quimioterapia. La gente habla con una sinceridad cegadora. Hay quien abre sin misericordia el cadáver de su matrimonio, o quien se declara rendidamente enamorado de un marido o una esposa a quien tenían en segundo plano, hay padres (esto es lo peor) que acompañan en silencio a sus hijos, se oyen risas, se ven las miradas más sombrías, se da la mano a extraños, se conversa de lo más profundo de uno mismo con alguién a quien no vas a volver a ver jamás, se gastan bromas absurdas, se oye de fondo a veces alguna pachanga callejera. También se ve el egoísmo de algunos enfermos que tiranizan a los familiares, o la suprema piedad de algunos gestos. Cada uno de nosotros (los que estamos enganchados a un gotero cada tres semanas, los que nos acompañan) se llevará consigo un tesoro inconmesurable de miradas, sensaciones, amor y deseos. Mezclado con todo ello también habrá celos, envidias, frustración, amargura. Somos muy frágiles, al pasar del llanto a la risa sin transición. En el fondo sabemos muy poco de nosotros mismos y muy poco de los demás. Casi todas nuestras suposiciones son un malentendido (¿hay algo más kitsch que un malentendido?). En una mirada se amontona, tembloroso y en precario equilibrio, todo cuanto amo y se escapa (la seducción, el deseo, la frágil belleza de la existencia), todo se inclina a veces hacia una densa parte oscura donde residen la impasibilidad del mundo, la melancolía, la oscuridad de la sangre, los destellos de amor que me llegan, las miradas tejidas con compasión y asombro. Son confusas las vidas a la deriva. Tal vez lo mejor sea retirarse a lo más profundo del bosque, replegarse a la habitación de dentro (con la luz de una candelita, que diría Jiménez Lozano, cuya débil llama es la compañía más dulce), hacer una vida secreta de oscuridad y de libros (siempre he pensado que con los ojos cerrados se ve todo más claro).
Lo cierto es que a veces no tengo palabras que sean mejores que el silencio. "Y lo que haga / se tornará siempre en lo que hice", dice la Szymborska, con sus palabras siempre cegadoras.
La vida es ciertamente kitsch de puro divertida y terrorífica.
miércoles, 16 de marzo de 2005
Kitsch: pabellón de cáncer
Ayer me llegó este e-mail sobre el kitsch y el arte:
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Un mail muy pero muy "emocionante"...
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