Cuando llegábamos mi abuelo siempre decía: Ya está aquí otra vez la marabunta. No hablaba nunca de la guerra. Sólo se acordaba de unas lentejas que se comió en Teruel con más hambre que un niño de caramelos: por eso en mi casa era pecado dejar algo en el plato.
Mi otro abuelo también estuvo en el frente de Teruel y tampoco hablaba de la guerra: los dos eran muy callados, muy castellanos, acostumbrados a sufrir en el campo y con las vueltas de la vida.
Por eso yo pertenezco a la postguerra, por mucho que creciera alimentándome en la tele con tópicos de la transición (con la democracia seremos felices y comeremos perdices): por eso puedo mirar ahora el sistema con cierto distanciamiento, aunque no reniegue de él.
Los dos estuvieron en el bando nacional, por geografía y por convicciones: mi primer abuelo no podía ver a Suárez en la tele; mi segundo abuelo no decía nada: miraba y callaba. En realidad los dos sobre todo callaban; y nunca se quejaron de la comida que les hacían mis abuelas y siempre las quisieron, aunque nunca hicieran ningún gesto especial de cariño.
Mi otro abuelo también estuvo en el frente de Teruel y tampoco hablaba de la guerra: los dos eran muy callados, muy castellanos, acostumbrados a sufrir en el campo y con las vueltas de la vida.
Por eso yo pertenezco a la postguerra, por mucho que creciera alimentándome en la tele con tópicos de la transición (con la democracia seremos felices y comeremos perdices): por eso puedo mirar ahora el sistema con cierto distanciamiento, aunque no reniegue de él.
Los dos estuvieron en el bando nacional, por geografía y por convicciones: mi primer abuelo no podía ver a Suárez en la tele; mi segundo abuelo no decía nada: miraba y callaba. En realidad los dos sobre todo callaban; y nunca se quejaron de la comida que les hacían mis abuelas y siempre las quisieron, aunque nunca hicieran ningún gesto especial de cariño.
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