Estos días en Burgos han sido de sol. Hasta parecía que no hacía frío. También había nubes, pero rasas, como sábanas desgarradas que dejaban luego que se asomara el sol, que calentaba aunque solamente fuera por sugestión. Disfrutamos mucho de ver los campos, algunos en barbecho, otros con tractores que los araban, otros con una fina capa de verde. Tuvimos vistas en lontananza, por ejemplo las llanuras desde los altos, desde Palenzuela por ejemplo, con el río Arlanza debajo, que recibe el Arlanzón en su término. O las que nos fuimos encontrando de vuelta a Burgos por Peral de Arlanza, Escuderos, Santa María del Campo, Presencio y Villagonzalo Pedernales.
Fuimos derrotados al final al parchís. Ganamos las dos primeras partidas, al otro día se fue equilibrando la cosa y al final nos infligieron un global de seis a tres: mis hermanas, contentas. También un día, después de una opípara comida de domingo navideño. jugamos a un juego nuevo para mí, la pocha, una especie de tute con reglas complejas y no del todo justas, en mi humilde opinión: estábamos mi hermana mediana, la cumpleañera, y mi cuñado, mis tres sobrinos, mi hermana pequeña y yo. Yo fui el que quedé el último. Puedo decir que me ganaron dos campeones de España, eso sí.
De lo que oí en el camino entre Burgos y Santiago, destaco absolutamente el programa del club Dalroy sobre el Silmarillion de Tolkien, precioso, una maravilla a dos voces entre Santiago Huvelle y Javier Rubio Hípola, que comienza con la lectura de un pasaje conmovedor del libro y es una hora y media de pura delicia, comentando pasajes, temas, personajes en una conversación de una harmonía a la altura del libro:
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