jueves, 30 de octubre de 2025

Un rápido viaje a Madrid

Había un Congreso sobre Flannery O'Connor en la Complutense y no podía no ir. 

El viaje fue un suspiro: llegar por la noche, y volver la tarde siguiente. Chamartín de ida y vuelta no me pareció esta vez tan mal: parece que las obras avanzan y ya no es exactamente un escenario bélico, se entrevé lo que puede ser, pasillos amplios, espacios abiertos, lo contrario de lo que era. Por allí había un montón de gente y yo me preguntaba dónde iban tantos a tantos sitios, sin incluirme yo en la ecuación, como suele pasar. 

Al día siguiente también estaba de obras el metro para la Ciudad Universitaria. Cogí un autobús frente al edificio neoescurialense del ahora "Ministerio del aire y del espacio", que yo renombraría, con más clasicismo, como "Ministerio del aire y del éter". 

En el Congreso hice mi papel, más o menos lucido. Pasó la mañana y en el comedor de personal de Filología de la Complutense nos juntamos en una mesa cuatro: un matrimonio yanqui de la universidad donde da clases Scott Hahn y una profesora polaca, con la que hablamos de Szymborska, Milosz y Herbert. Me alegró saber que tampoco ella pudo leer más de veinte páginas de Olga Tokarczuk, lo mismo que yo: la profesora polaca explicaba que el Nobel que le dieron debió de ser más por la traducción inglesa, porque en polaco es infumable, o eso es lo que yo le entendí. 

Hablamos con el marido yanqui de cómo es eso de ser profesor de poesía. Yo les había animado a elegir fabada y cachopo y el yanqui tenía que hablar en el Congreso a las 3,30 de la tarde: en mi descargo tengo que decir que le avisé de los peligros de ese menú a esas horas.

Así de superferolítico es el proyecto ganador de Chamartín.

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