martes, 3 de junio de 2025

Los lobos del bosque de la eternidad

La última novela traducida de Karl Ove Knausgård, Los lobos del bosque de la eternidad, me la he leído como el resto de su obra, muy deprisa, a pesar de sus más de novecientas páginas. Ahora estoy como viudo, a la espera de que las traductoras de todos sus libros (y de los de Jon Fosse), Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, se pongan, ruego que a la mayor brevedad posible, con las tres novelas que escribió después. 
Si una cualidad tienen para mí los libros de Knausgård es la de su legibilidad: a mí no me hubiera importado que esta novela hubiese tenido dos mil páginas. Así como hay obras con las que me atasco (la última, ay, La pequeña Dorrit de Dickens, que no pasé de la página 300 y ahí me rendí), a Knausgård lo leo me cuente lo que me cuente.
Luego no sé si la mía es una percepción mía o más generalizada. Sí que es un autor que ha tenido éxito. A mí me da como apuro decir que sus libros me gustan, no sé si por el tonto temor a parecer demasiado partidario de lo que a mí me resulta tan atractivo y adictivo de leer, como fácil o demasiado fácil, aunque también tenga partes de su obra de gran densidad ensayística, por ejemplo en esta novela en torno a la superación de la muerte por medio de la ciencia o las relaciones del conjunto del medio natural por encima de los seres vivos concretos. Pues por encima de defectos aquí y allá (en esta novela, algunas descripciones que se podría haber ahorrado), yo querría leer todo lo que escriba Knausgård.

Mi impresión de conjunto de esta novela es muy positiva: la vida del joven Syvert y por otro lado la de Alevtina me parecen muy interesantes. Hace fácil mostrarnos cómo era la vida de un joven noruego en 1986 y de una mujer rusa de mediana edad veinte años después, con sus preocupaciones sobre biología y la unidad de la realidad. Por el medio aparecen otros personajes que se quedan como paralizados en sus historias concretas, de las que me gustaría saber más. Ya digo, me interesan esas vidas contadas, a veces por su rareza, por ejemplo esa frialdad de las relaciones familiares noruegas, tan heladora, pero también por otros motivos que me cuesta más objetivar.

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