Me he leído Ramón Menéndez Pidal. El último liberal unitario, de Jon Juaristi. El libro me ha interesado mucho, aunque me superaba con frecuencia la argumentación. No conozco las teorías ni de Croce ni de Vossler y la historia de las ideas estéticas del XIX al XX también se me escapa. El libro las da por supuestas en buena medida, lo que hace la lectura más costosa.
Esto no es una biografía, que era lo que yo quería leer de primeras, sino una historia intelectual, en torno a Menéndez Pidal, de la España de finales del XIX y la primera mitad del siglo XX, que se refleja de modo fascinante (u obsesivo) en las líneas políticas actuales: unitarismo frente a disgregación, la España eterna incluso desde época prerromana frente a un Estado existente en cuanto presente y voluntariamente querido. Menéndez Pidal parece defender un tradicionalismo liberal, si lo he entendido bien: frente a lo individual, privilegia lo colectivo (también en la historia lingüística), lo latente sobre la iniciativa personal o las figuras destacadas, la evolución lenta e inconsciente frente a los empujes de las minorías, pero todo desde una perspectiva liberal, no tradicionalista, no partidaria de lo católico, como despegada: no sé si me explico yo tampoco.
Se plantea en el libro la visión de España de los más destacados pensadores; lo intrahistórico de Unamuno, la defensa de lo latente y del trasfondo común en Menéndez Pidal, la España invertebrada de Ortega. Yo he salido del libro con la sensación de estar casi siempre un poco perdido en la argumentación, que entreteje lo político, la historia de las ideas, la historiografía de España.
Me interesaba la cuestión de la existencia de una épica tradicional hispánica, en la medida que refleja, con muchos cambios y mucho que precisar, la discusión sobre la épica homérica. A mí me parece bastante claro (pero es que a mí me tira eso también en Homero), que el Cantar de Mío Cid es una creación singular, letrada, con ecos de lo oral quizá, pero fundamentalmente producto de la escritura. Todo esto sin saber yo nada del tema, pero por ahí me tiro, si hay que tirarse por algún lado. Yo los inconscientes suprapersonales, la oralidad creadora, el pueblo como genio colectivo los veo como quimeras, como mínimo.
He salido del libro con bastante menos simpatía por Menéndez Pidal, al que admiraba como erudito, aunque no tanto por lo que intuía de sus planteamientos teóricos. Aquí se le ve muy renuente a admitir su deuda con Menéndez Pelayo, al que trata con displicencia, cuando le debía tanto. Tampoco queda bien en comparación con Unamuno, al menos en mi estimación. Con Ortega, en cambio, gana. Y así se nos pasa la vida, poniendo etiquetas y quitándolas, sin aclararme yo del todo de cómo iba eso del movimiento de las ideas entre los siglos XIX y XX.
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