También de Una estancia holandesa esto que dice José Jiménez Lozano:
La literatura, y ella sola, puede parar la historia entera, y desde luego la propia vida y la cotidianidad del lector -porque si no, no es literatura- para que éste escuche lo que le ocurre o lo que dice el más pequeño de los seres humanos, cuya historia está leyendo. Sólo cuenta él entonces. No hay más mundo que el suyo, y el lector se siente arrastrado, invadido, como el narrador lo estuvo al escribirlo; y, si lo pensamos un poco, vemos que eso es como una compensación ética de esa vida aplastada que leemos, pero sobre todo la revelación de que el último gesto, pensamiento, alegría o sufrimiento del último de los hombres, vale más que el mundo. Lo que pasa es que para contar una historia así se necesita ser un genio. (...)
[Solamente los grandes, Esquilo, Shakespeare, Racine] pueden hablar y contar las historias de desgracia. Ya tenemos ahí una medida para categorizar (...) la capacidad para contar la desgracia, y también para desposar la alegría de esos seres (65-66).
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