Fue un libro que me gustó mucho y leí varias veces, pero hace más de treinta años. Ahora me vino la idea de volver a él, en este proceso de revisión de novelas en el que estoy metido. Sale, como en el caso de Alfanhuí, con rasguños, problemas de carrocería e incluso de motor. Funciona, pero es un coche que ha envejecido mal.
Me voy a quedar con lo mejor: los protagonistas, don Eloy y la Desi. A mí la muchacha me conmueve, así que me rechinan los adjetivos, de "cerril" para arriba, con que la define: la simpatía con que la mira choca con la escasísima inteligencia con la que la describe, a la vez que la muestra como una persona sensible, atenta, celosa de su intimidad y deseosa de amar con todo su corazón. Sobre todo, tiene una menesterosidad y una humildad que la redimen de todos los adjetivos negativos que le pone encima el autor. Don Eloy, por su parte, es digno de compasión: nada hay positivo que le pueda pasar, al pobre. Cada capítulo acaba peor que el anterior. Es vivir en una continua decepción y yo como lector pienso que ya son demasiadas las banderillas que le ponen: hay maltrato al personaje, en conjunto.
Me dio la sensación de que es una novela demasiado trabajada, demasiado pensada, lo que la perjudica. Quizá dependa mucho del final: todo está como orientado a justificar el final, hacerlo verosímil, cuando de hecho no lo es: la soledad de dos resguardada en la compañía de dos, tan disímiles, ya es algo que se desarrolla en la novela, no hace falta forzar más todo.
Por otro lado, me chirría mucho la descripción de la vida en el campo. No diré que el campo castellano en los cincuenta fuese un paraíso, pero como niño de pueblo de los setenta, me niego a aceptar que veinte años antes todo funcionase a base de pulsiones violentas, en un espacio tradicional cogido con alfileres. Si mi experiencia vale -mi pueblo, los de mis padres que visitábamos- la vida era más alegre, más rica, más tranquila y llevada con prudencia. La religiosidad era muchísimo más honda que la elemental que enjareta Delibes a la pobre Desi. Ya que sale lo de la religiosidad, en el caso de don Eloy, es también la mínima, producto solamente del terror a la muerte: no hay más trascendencia. Eso sí que es un grave fallo, en una novela como esta, que gira en torno al temor a morir.
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