Tenía el libro en la edición de Alianza, con traducción de Consuelo Bergés y un prólogo de Mario Vargas Llosa que en realidad era el primer capítulo de lo que sería su libro La orgía perpetua. Además, había al final una selección de cartas de Flaubert sobre el proceso de redacción de la novela.
Yo me salté lo de Vargas Llosa por temor a espoilers y leí las primeras treinta páginas de la novela, con gran gusto, vaticinándome un gran placer en lo que vendría después. Pero cuando apareció la tal Emma Bovary fue cuando se me fue desinflando el interés: el personaje es caracterizado por su egoísmo, centrado en el cumplimiento de sus deseos personales, en una espiral que va haciéndose cada vez más cerrada y acaba en un callejón sin salida. Los demás personajes son figuras planas, sin hondura, típos más que personas. Aquí la única hondura es la del deseo egoísta de Emma Bovary. Es más o menos interesante ver cómo era la vida en la Francia de mediados del XIX, pero en conjunto yo salí de la novela decepcionado.
Me leí luego las cartas, en las que Flaubert se queja continuamente de lo despacio que va mientras escribe la novela, corrigiendo sin cesar, revisando. Piensas: qué tío, qué en serio se lo toma. Yo estuve tentado de volver a empezar la novela, a ver si le veía las virtudes que no le había descubierto antes. No voy a decir que sea una novela mal hecha, ni muchísimo menos, pero no es la novela que esperaba que fuera. Quizá si la hubiese leído en francés, con el famoso mot juste, siguiendo la cadencia de las frases, no sé, notando todo lo más intraducible, quizá pensaría que era una grandísima creación literaria. Os tendréis que conformar con mi percepción de la traducción, que por otra parte era molesta, con términos quizá muy precisos (calicó, paletó son los que me vienen ahora a la memoria), pero que creaban una barrera. Hasta pensé si no sería un traductor hispanoamericano (usaba oblongo, que yo asocio sobre todo con los argentinos).
Luego leí el texto de Vargas Llosa, que me dejó perplejo: reivindica a Emma Bovary como modelo de liberalismo, y a fe que es verdad, pero eso para mí es el principal problema de la novela: su cosmovisión férreamente individualista. Lo que se cuenta es lo que sobreviene por querer cumplir deseos particulares sin preocuparse en absoluto de los demás: la Bovary a la hija la tiene abandonada y a su marido no lo valora en absoluto. Para Vargas Llosa, la culpa es del marido, de no dar para más (lo digo del modo más delicado que puedo). Dice también Vargas Llosa que en una época en que él estuvo cerca del suicidio esta novela le ayudó mucho, lo cual también me deja perplejo. Quizá mi problema sea sobre todo de sintonía con esta obra de Flaubert (y por extensión, con la de Vargas Llosa). Es que no es ni siquiera entretenida como lectura, es un arrastrarse en un estilo quizá primoroso, en torno a la nada: a mí, si algo me ha impresionado, es el nihilismo de la protagonista, muy moderno, y no lo digo como un elogio. La problemática moralidad de esta novela no está en detalles escabrosos, que no los tiene, sino en su buscada limitación de horizontes.
Me gustan muchísimo más novelas como algunas de Galdós de temática asimilable, por ejemplo La de Bringas (aunque el adulterio va más por el lado del tren de vida) o La regenta de Clarín, por no citar más que novelas españolas.
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