miércoles, 8 de mayo de 2024

El hobbit cuarenta y dos años después

Leí El hobbit con quince años, lo primero que conocía de Tolkien, una obra entonces recién traducida en España. A mí me fascinaba la portada, que veía en los escaparates de las librerías.


Creo que lo releí una o dos veces entre medias, pero la última debió de ser por lo menos hace veinte años. Es un libro al que me ha gustado volver ahora, quizá porque le veo más claras las costuras defectuosas y a pesar de todo me sigue interesando; tiene un tono demasiado didáctico, el encaje de episodios recurre a demasiadas casualidades, hay repeticiones, por ejemplo eso que me fascinaba del deseo de Bilbo de volver al sillón de casa (algo que me retrataba y me retrata), pero que se menciona un montón de veces. Y ahí volví a encontrarme la escena en la que Bilbo sale de su casa sin pañuelo, que siempre he recordado cuando a mí me pasaba lo mismo:
Resoplando llegó a Delagua cuando empezaban a sonar las once, ¡y descubrió que se había venido sin pañuelo! (44).
Ahí está un mundo que cuajó en El Señor de los Anillos: la grandeza épica y la cotidianidad Sus fundamentos, no solamente argumentales, están aquí: está la atracción por el mal (y el potentísimo símbolo que es el anillo), la historia cargada de tristes acontecimientos, que pesan sobre el presente pero no empañan una alegría fundamental que se entrevé en otra parte. Hay menciones a episodios que no se explican, por ejemplo las batallas en torno al reino de Gondolin: Tolkien ya había creado un mundo ahí, construido a partir de lenguajes, con un mapa básico y una historia muy compleja. Por ejemplo lo de Gondolin solamente se explica en El Silmarillion, la recopilación póstuma de textos que dejó Tolkien y trabajó su hijo.
En concreto en El hobbit hay también muchos detalles de humor, hay irrupciones de la actualidad en algunas comparaciones del narrador (por ejemplo sale una locomotora), hay una cierta rigidez de rasgos, con personajes todavía un poco estereotipados. Todo eso mejora, y cuánto, en El Señor de los anillos, que leeré a continuación.

2 comentarios:

  1. Sobre esto de salir sin pañuelo es muy bonito el discurso de Herta Müller de recepción del Premio Nobel de Literatura de 2009 que empieza así "¿Tienes un pañuelo? me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? era una ternura indirecta"

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