Transformados (usa el verbo μεταμορφέω metamorfeo: μεταμορφούμεθα) reflejamos (κατοπτριζόμενοι, espejeándonos) la imagen (εἰκόνα, eicona: de ahí icono) del Espíritu, dice san Pablo (1 Cor 3, 18). Y a continuación, pocos versículos después, explica que eso, lo que reflejamos de la imagen de Dios, lo llevamos (y esta es la traducción más habitual) en vasos de barro, en griego ὀστρακίνοις σκεύεσιν (ostrakínois skéuesin, de óstrakon, de donde viene ostracismo, porque ponían los nombres en trozos de recipientes de cerámica). Y así se ve que lo que reflejamos no es de nosotros, sino de Dios.
No digo nada que no vea el que lee el texto de san Pablo en cualquier traducción, pero como lo he leído en el original griego, me he parado más en cada palabra, por ejemplo el ostracon: cada uno llevamos el tesoro en un recipiente de barro, que refleja la imagen de Dios; así de quebradizo es lo nuestro para llevar lo grande.
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