Esos días de agosto empecé muy pronto las visitas culturales y luego me desinflé y al rumor de las hojas de los álamos blancos fueron pasando los días. El que a mi coche se le volviera a escachuflar el aire acondicionado, un clásico veraniego de estos últimos años, no ayudó, la verdad.
La visita fue a las Cortes de Castilla y León, a una exposición que presentaban como magna sobre los 500 años de los Comuneros. Nos dejó bastante fríos. Era como aburrida, por decir algo. Todo estaba como oscuro, que es una tontada que hacen en muchas exposiciones, además de carteles demasiado bajos y con letra demasiado pequeña. No se podía hacer fotos, así que ni eso tengo.
Yo, por hacer pedagogía, le dije al guarda jurado, que quería que nos hidrogelizásemos antes de entrar, que si sabía que eso no servía para nada, pero que yo estaba ahora de tan buen rollo que hacía eso (y lo hice) e incluso un zapateado, si nuestras autoridades lo veían conveniente. La verdad es que no me reconozco: cómo voy cambiando a mejor.
Todo parecía puesto para rodear el cuadro de Gisbert, que está normalmente en el Congreso de los Diputados. Me sigue gustando más el Fusilamiento de Torrijos. Este malo no era, claro, y a mí siempre me había impresionado mucho tanto la cabeza cortada como la actitud serena de los próximos candidatos a cabeza cortada siguiente. Pero bueno.
Nos gustó este cuadro de Pradilla, de la pobre Juana la Loca, en Tordesillas, muy bien ambientado, hasta los detalles mínimos:
En resumen, alguna cosa bien. Todo estaba muy oscuro. Lo mejor, la cerveza de después.
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