Sobre el traje de sangre de su propia piel, vistieron a Jesús un burlesco manto de púrpura, signo de realeza, y lo llevaron al pretorio. Pilato, hombre duro como era, no dejó de sorprenderse del estado en que sus súbditos habían puesto a la víctima (...).
¡Aquí está el hombre! Por fin hace su aparición histórica el hombre, el verdadero hombre, el que da la medida suprema de todo lo humano. Aquí está el nuevo Adán tal como salió de las manos de Dios en el alba de la creación, pero infinitamente superior, con toda la belleza y la santidad imaginable de la naturaleza humana, aunque oculta bajo las llagas que cubren su íntegro cuerpo. Aquí está por fin el zenit de la excelencia humana. Aquí está la cumbre y la plenitud de la humanidad, recubierta del estropajo sangrante que es su propia piel (116-7).
De La pasión de Cristo, libro que acaba de salir de don José Miguel Ibáñez Langlois, un comentario reflexivo y teológico que hace pendant a su poema tan intenso, El libro de la Pasión, del que yo puse hace varios años un pasaje que podría ponerse en paralelo con el de arriba.
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