Me gusta mucho este testimonio del presbítero Fernán Pérez de Torres, que conoció a personas que trataron a san Juan de Ávila:
contaba la dicha Doña Inés de Hoces con grande ponderación la perfección, la vida del dicho Maestro y que era cosa de admiración oírle Misa y dar la comunión, y como la decía en el oratorio de la dicha su madre, y que estando un día en su casa hablando de nuestro Señor, comenzó a cantar una mujer de la casa vecina en voz alta, de manera que se notaba mucho e interrumpió la plática el dicho Maestro previniendo a los oyentes para que no juzgasen mal de aquel caso y dixo: sirve esta doncella con alegría a nuestro Señor (191-2).
Me ayuda además a entender mejor lo que transmite el Lic. Juan de Vargas, un sacerdote de la Rambla (Córdoba), que había oído del padre Villarás, que convivió con el santo:
(…) en treinta años que lo trató, nunca lo vio reír (27).
Alegría interior, seriedad exterior. Y mirar a Cristo, según cuenta el mismo Pérez de Torres:
Item contaba el dicho Licenciado Alonso Fernández que a el dicho Maestro del tiempo de su muerte le hizo una cosa congoja que no dixo qué fuese, y dando muestras que estaba con pena se volvió a la pared a un cuadrito pequeño que tenía de un Ecce homo, que este testigo sabe dónde está, y habiendo estado un rato mirándole volvió con suma serenidad y dixo: ya no tengo pena alguna a este negocio (190).
El cuadro, tomado de aquí.
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