A mí me costaba entender el éxito tremendo de los oradores griegos de lo que se conoce como Segunda Sofística. Iban de ciudad en ciudad del Imperio Romano de Oriente (antigua Grecia y lo que es ahora Turquía sobre todo) llenando estadios, teatros y lo que se les pusiera por delante. Lo podéis ver con Elio Aristides, el mayor hipocondriaco de la historia: en sus Discursos Sagrados va contando sus enfermedades y los remedios que recibía en sueños en el templo de Asclepio en Pérgamo y a la vez cuenta que el público acudía en masa a oírle.
Pues fijaos en san Juan de Ávila en el siglo XVI. Primero os pongo el testimonio de Pedro Ximénez, que fue alguacil en Granada:
dixo que, como ha dicho, conoció al venerable Padre Maestro Juan de Ávila en esta Ciudad de Granada, y le oyó algunos sermones y en aquel tiempo era venerado y nombrado comúnmente por hombre apostólico y santo, y cuando predicaba se despoblaba la ciudad por oírle, y este testigo, como dicho tiene, le vio pedricar [sic] entre otras veces en la iglesia mayor y era tanto el afecto con que predicaba que movía el auditorio a lágrimas y compunción y se acuerda este testigo que aun hasta los muchachos que le oían lloraban y cuando acababa el sermón era cosa maravillosa ver la gente que le seguía besándole las manos y la ropa, y vio este testigo que se echaban algunas personas a besarle los pies y él con grande humildad y ternura los alcanzaba y se mostraba en su sentimiento la pesadumbre que recibía de que se hiciese con él semejante acto (239).
Con ser impresionante eso, mucho más me lo parece este testimonio de doña María de Góngora, de Córdoba, sobre una marquesa que llegaba a extremos increíbles por escucharle:
(...) la señora Doña Catalina Fernández, Marquesa vieja de Feria, Madre del Duque de Feria Don Gómez, le estimaba y veneraba como a santo y con ser siniente de los oídos iba a sus sermones y llevaba una caña agujereada y una criada suya que se llamaba doña Aldonza y se sentaba junto a ella y por la misma caña le decía todo lo que decía y predicaba el dicho Padre Maestro Ávila, de donde se ve el grande afecto y estimación en que le tenían (227).
Tengo que decir que eran sermones que duraban dos horas.
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