Me parece que cada vez estamos más atrapados en el sofisma al que se está refiriendo a lo largo del artículo: ese que supone (y nos obliga a aceptarlo como el dogma supremo) que todo se podría reducir a motivaciones psicológicas y que estaríamos atrapados en una maraña de relaciones de poder, porque no hay verdad ni nada común, salvo esa negación de lo común.
En cambio, la afirmación de algo que está por encima de todos y nos une, a lo que se llega no por el sentimiento sino por el ejercicio de la razón garantiza -para empezar- la comunicación, es la vía en el camino arduo pero real de la búsqueda de la verdad y nos permite la libertad, la salida de la cárcel de ese yo asfixiante en el que nos quieren encerrar.
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