Cuenta Monk que Wittgenstein llegó de joven a Manchester para hacer motores de aviones y en Inglaterra murió, muchos años después, pero no parece que le gustase mucho. Siempre que podía se iba, a Noruega, a Irlanda o incluso a Gales.
Es como Canetti, que acabó allí pero no paró de criticar a Inglaterra. Los dos son austriacos, no de Málaga, así es que no debe de ser que echasen de menos la Feria o una cervecita en la playa; deberían estar acostumbrados, pienso yo, a una cierta (o mucha) frialdad. El hecho es que a los dos su estancia en Inglaterra les salvó de una muerte muy probable a manos de los nazis, así que deberían estar al menos agradecidos, pero no se les nota mucho, la verdad.
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Me hizo gracia que Wittgenstein se cabrease al leer La rama dorada de Frazer, porque a mí me pasó lo mismo. A él básicamente le molestó que Frazer tratase la religiosidad de los hombres del pasado de modo condescendiente, porque a Frazer solamente le cabe en la cabeza una religiosidad pseudo-pagana:
Frazer es incapaz de imaginar un sacerdote que no sea básicamente un párroco inglés de nuestro tiempo, con toda su estupidez y debilidad...Quizá esto es lo que le echase para atrás de Inglaterra. El problema es que nosotros estamos ahora por ahí, más o menos por donde estaba Frazer entonces.
Frazer es mucho más salvaje que la mayoría de los salvajes, pues estos salvajes no estarían tan lejos de comprender temas espirituales como lo está un inglés del siglo XX. Sus explicaciones de las costumbres son mucho más crudas que las propias costumbres (291).
La ventaja es que nosotros estamos avisados.
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