martes, 12 de mayo de 2020

Enfermeras de la UCI 1

Quitémonos de enmedio primero el engorroso obstáculo de las discusiones sobre sexo y género: conocí dos enfermeros, pero la inmensa y abrumadora mayoría eran mujeres. Allí me acordé de que Mario Míguez, el poeta, dedicó la última parte de su vida a atender enfermos terminales, sin ser estrictamente enfermero. Y qué poemas tiene de cuidar a su padre enfermo. 
La enfermería es cuidado y da igual el sexo, pero el hecho es que a ella responden abrumadoramente mujeres. Los varones estamos de hecho menos dispuestos a esa entrega y no creo que sea un problema de construcciones culturales ni de estereotipos.
La enfermería, trabajo de enorme complejidad, es primero de todo el cuidado de otros seres humanos en sus momentos de más debilidad, de más necesidad. Como explicaba un día una de ellas, hablando con otras de su turno sobre sus experiencias, había que implicarse, el trabajo de enfermería no es para rácanos ni para cicateros, es estar siempre pendiente. Da igual que seas varón o mujer: has de estar pendiente y a la vez muy preparado. La implicación emocional deja el corazón herido y eso también forma parte del oficio.

En la UCI yo los primeros días estaba sedado, pero cuando ya estuve despierto, me convertí en un espectador único de enfermeras. La sala tenía forma de L y en mi brazo de esa ele estábamos quizá seis al principio, luego cuatro enfermos, yo el único medianamente consciente, con las enfermeras delante. A mí me sentaban en la cama, que era superferolítica y podía convertirse en un a modo de sillón y allí tenía todo el espectáculo, pero sobre todo a las enfermeras, que primero se daban el parte unas a otras en el cambio de turno y luego empezaban a danzar alrededor de nosotros poniéndonos inyecciones, bolsas de suero, mil cuidados. Cuando se podían sentar, era como una obra de arte y ensayo: yo de público y ellas contándose sus cosas, no del todo conscientes de mí. Se hablaban de sus miedos a estar contagiadas del Covid (y era las de la UCI especial para eso, pero no les habían hecho las pruebas), de sus líos de trabajo y turnos, de cuestiones familiares (algunas no veían a sus hijos desde el inicio de la crisis). Era un espectáculo maravilloso, que me entretenía un montón. 

4 comentarios:

  1. Tengo y he tenido varias parientes cercanas enfermeras (todas mujeres), conozco bien su trabajo, y doy fe de lo que aquí se dice. Es exactamente así. Un abrazo.

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  2. Qué buena crónica, Ángel!.
    Estoy deseando más capítulos.

    Un abrazo

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  3. Muy lindo.
    No es para derivar sobre trabajos de hombres y mujeres, porque en este caso es mejor disfrutar de la escena que andar haciendo reflexiones, pero no puedo evitar dos cosas.
    1) Si la mujer es más fuerte en la compañía en la enfermedad, eso es sabido; que no haya hombres que también lo sean, eso es también sabido
    2) Creo que para este y otros casos se podría hacer una analogía con las enseñanzas del chef Gousteau. El decía "cualquier puede cocinar". Eso no quería decir que todos pueden cocinar que pero que un buen cocinero podía provenir de cualquier origen (ya me está dando un poco de vergüenza esto pero voy a seguir). Para esta profesión (y otras también) podemos decir que la mayoría son mujeres, pero que un buen enfermero puede venir de cualquier sexo. Mmm, le falta algo a la analogía, pero ya está dicha. Solo esperemos que un día no pongan un cupo obligatorio de hombres en los hospitales...

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    1. Muchísimas gracias, Juan Ignacio, por haber desarrollado lo que quería explicar, aun con el esfuerzo suplementario de tener que explicar cosas que parecen evidentes.

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