El segundo día que tuvimos entero de excursión nos fuimos a Asís. Tengo recuerdos de un paisaje que no era el prototípico "toscano" de las fotos: eran laderas boscosas con cipreses desperdigados entre la masa de verde y algunas casas sueltas, que no me daban envidia porque pensaba en los mosquitos que habría: muy bonito de ver, pero desde el coche.
Alguien recordó que el papa Benedicto tenía una homilía muy buena sobre san Francisco y lo leímos en el camino y nos vino muy bien, porque mira que han deformado su figura con todo tipo de hippismos.
Llegamos primero a la Porciúncula, la capillita donde comenzó la orden franciscana, que ahora está resguardada dentro de una iglesia barroca enorme:
Era más lo que representaba que una hermosura especial: es una capilla pequeña, con un fresco, pero del XIX, nada menos que de Overbeck, de esos pintores alemanes del XIX que llamaron nazarenos, imitadores de lo italiano más dulce. muy buenos técnicamente, aunque un poco blandos:
Por el otro lado conservababan unos de Perugino: muy propio, porque Perugia está al lado:
Subimos al pueblo de Asís, a cinco kilómetros. Así es la llanura de la Porciúncula desde allí:
Asis está en cuesta y lo más sencillo es dejar el coche en un superaparcamiento a la entrada. De allí vas a la Basílica del Santo. En el otro extremo está la Catedral y el convento de santa Clara.
Yo iba con mucha curiosidad y con cierta inquietud, porque a san Francisco, admirándolo mucho, no lo acabo de tener del todo pillado.
La Basílica son dos en realidad, una más antigua, donde está la tumba (a su vez en una cripta inferior), y otra superpuesta, con frescos supuestamente de Giotto, pero no tanto y todo además en reparación por los daños de un terremoto reciente. Fue un poquitín decepcionante, la verdad, en lo artístico, por eso y porque yo ya había estado en Padua y el Giotto bueno no era el que estaba viendo en Asís. Pero vamos, que eran interesantes todos los frescos, los de abajo y los de arriba:
Salimos de allí y el día era luminoso y azul:
Comimos un bocadillo en la plaza, enfrente de una iglesia que no necesitó pensar en el pórtico, porque simplemente la hicieron en un templo romano:
Esto era la Catedral. Vale, bien:
A mí la verdad es que me hizo mucha más ilusión visitar el convento de santa Clara, a la que sí que le tengo mucha devoción, sin restricciones ni inquietudes, porque me acuerdo de las monjas de Castrojeriz. Aquí estaba su tumba:
Estos eran hábitos. El del medio lo hizo la santa a san Francisco:
En un lado de la iglesia estaba el Cristo de san Damián, que le habló a san Francisco, un Crucifijo grande, con la cabeza inclinada hacia el suelo, impresionante y lo que quizá sea, para mí, lo más característico franciscano, porque de lo que se trata, franciscanos o no, es de seguir a Cristo, por las vías más trilladas o por la muy extraña senda por la que le siguió el poverello:
Recorrimos el pueblo, ahora en bajada (menos mal), pasando por una fuente donde ponía: "Pena, un escudo y pérdida de los paños a quien lave en esta fuente"
Correré un tupido velo por el merchandising que vimos por las tiendas. De allí nos dio tiempo para ir a Perugia (yo ya había estado, dos años antes; no nos quedó un recuerdo especialmente bueno de la ciudad) y darnos un paseo y ver Asís desde allí, en la ladera de ese monte redondeado del fondo, el de las nubes grandes,como una línea en diagonal:
Alguien recordó que el papa Benedicto tenía una homilía muy buena sobre san Francisco y lo leímos en el camino y nos vino muy bien, porque mira que han deformado su figura con todo tipo de hippismos.
Llegamos primero a la Porciúncula, la capillita donde comenzó la orden franciscana, que ahora está resguardada dentro de una iglesia barroca enorme:
Era más lo que representaba que una hermosura especial: es una capilla pequeña, con un fresco, pero del XIX, nada menos que de Overbeck, de esos pintores alemanes del XIX que llamaron nazarenos, imitadores de lo italiano más dulce. muy buenos técnicamente, aunque un poco blandos:
Por el otro lado conservababan unos de Perugino: muy propio, porque Perugia está al lado:
Subimos al pueblo de Asís, a cinco kilómetros. Así es la llanura de la Porciúncula desde allí:
Asis está en cuesta y lo más sencillo es dejar el coche en un superaparcamiento a la entrada. De allí vas a la Basílica del Santo. En el otro extremo está la Catedral y el convento de santa Clara.
Yo iba con mucha curiosidad y con cierta inquietud, porque a san Francisco, admirándolo mucho, no lo acabo de tener del todo pillado.
La Basílica son dos en realidad, una más antigua, donde está la tumba (a su vez en una cripta inferior), y otra superpuesta, con frescos supuestamente de Giotto, pero no tanto y todo además en reparación por los daños de un terremoto reciente. Fue un poquitín decepcionante, la verdad, en lo artístico, por eso y porque yo ya había estado en Padua y el Giotto bueno no era el que estaba viendo en Asís. Pero vamos, que eran interesantes todos los frescos, los de abajo y los de arriba:
Salimos de allí y el día era luminoso y azul:
Comimos un bocadillo en la plaza, enfrente de una iglesia que no necesitó pensar en el pórtico, porque simplemente la hicieron en un templo romano:
Esto era la Catedral. Vale, bien:
A mí la verdad es que me hizo mucha más ilusión visitar el convento de santa Clara, a la que sí que le tengo mucha devoción, sin restricciones ni inquietudes, porque me acuerdo de las monjas de Castrojeriz. Aquí estaba su tumba:
Estos eran hábitos. El del medio lo hizo la santa a san Francisco:
En un lado de la iglesia estaba el Cristo de san Damián, que le habló a san Francisco, un Crucifijo grande, con la cabeza inclinada hacia el suelo, impresionante y lo que quizá sea, para mí, lo más característico franciscano, porque de lo que se trata, franciscanos o no, es de seguir a Cristo, por las vías más trilladas o por la muy extraña senda por la que le siguió el poverello:
Recorrimos el pueblo, ahora en bajada (menos mal), pasando por una fuente donde ponía: "Pena, un escudo y pérdida de los paños a quien lave en esta fuente"
Correré un tupido velo por el merchandising que vimos por las tiendas. De allí nos dio tiempo para ir a Perugia (yo ya había estado, dos años antes; no nos quedó un recuerdo especialmente bueno de la ciudad) y darnos un paseo y ver Asís desde allí, en la ladera de ese monte redondeado del fondo, el de las nubes grandes,como una línea en diagonal:
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