martes, 1 de mayo de 2018

El fanatismo frente a la fe

También del libro de Newman sobre La fe y la razón (354-6), esto que es largo, pero que no me atreví a cortar, tan intenso es. Está criticando el fanatismo, que
Argumenta y deduce, alardea de su razón en lugar de su fe, hasta casi olvidarse de esta. El fanatismo, lejos de procurar que cesen las discusiones, insiste en argumentar en una sola línea. Toma una posición no religiosa, sino filosófica; exige que lo consideren como sabiduría. En cambio la fe, desde el principio, produce hombres dispuestos, como el apóstol, a ser locos por Cristo. La fe se pone en marcha dejando a un lado los razonamientos porque están fuera de lugar y propone a su vez la obediencia sencilla a un mandato revelado. Sus discípulos hacen constar que no son ni estadistas ni filósofos; que no se dedican a desarrollar principios ni a elaborar sistemas; que su fin último no es persuadir a otros u obtener éxitos y popularidad; que no hacen otra cosa que cumplir la voluntad de Dios y desear su gloria. Profesan una creencia sincera de que determinadas ideas que cautivan sus mentes provienen de Dios; afirman saber muy bien que tales ideas les sobrepasan; que no son capaces de penetrar en ellas, o de aplicarlas, como otros puede que lo sean; que, entendiéndolas sólo parcialmente no son optimistas en cuanto a inculcarlas a otros; que sólo la gracia divina las puede impulsar hacia adelante; que esperan este don; que tienen la sensación viva de que Dios sostendrá la causa de su reino; que eso le corresponde a Él, no a ellos; que si su causa es la causa de Dios se verá favorecida en su momento y a su manera; que si no lo es, quedará en nada; que ellos aguardan confiadamente el resultado, que lo dejan a la generación futura, que pueden soportar la apariencia de fracaso, pero que se les hace imposible ser «desobedientes a la visión celestial» (Hch. 26.19), que creen que Dios les ha instruido y les ha puesto una palabra en la boca, que la pronuncian porque en ello se juega el destino de sus almas, que confiesan la fe a fin de estar al lado de las huestes de Dios, del coro glorioso de los apóstoles, de la excelente compañía de los profetas, del noble ejército de los mártires y a fin de estar lejos del conjunto de sus enemigos: «Bendito el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni permanece en el camino de los pecadores, y no se sienta en la silla de los burlones» (Ps. 1). Desean obtener este favor de Dios; y, aunque no tienen la capacidad mental para abrazar el contenido de este mundo tan amplio ni la agudeza para penetrarlo y analizarlo ni la facultad comprensiva que refiere todas las cosas a sus verdaderos principios y las vincula en un solo sistema, aunque no pueden ni responder a la objeciones que se formulan contra sus doctrinas ni predecir de fijo adónde estas doctrinas les llevarán, sin embargo pueden y deben profesarlas. Pueden abrazarlas, y ponerse en marcha sin saber a qué término se dirigen.

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