martes, 2 de enero de 2018

El yugo de un irreprimible impulso docente o las penas del arbitrista

Comienzo 2018 (Feliz año, por cierto) con una propuesta que me parece muy sensata y muy útil para la república, ahora que me veo cada vez más a gusto en mi papel de arbitrista.
Es la siguiente: darnos a algunos ciudadanos corrientes (pero engagés) potestad de imponer multas a otros conductores.
Mi experiencia de estos días es que la gente están más empanada de lo normal, ya sea por el turrón, ya por el cava. En la ida a Burgos me harté de reconvenir con el claxon (el irremediable impulso docente del título viene a cuento de esto) a conductores que con más frecuencia de lo normal se metían un poco en mi carril, justo cuando yo les estaba adelantado.
He de reconocer que tengo prejuicios machistas: muchas veces me parecía un impulso más bien inconsciente sobre todo por parte de conductoras, que primero aceleraban cuando yo quería adelantarlas (y que rabia ver que, ya sobrepasadas, bajaban la velocidad) y que inconscientemente también metían un poco el morro cuando las estaba ya pasando.
Soy consciente de mi inconsciente machismo y estoy yendo a sesiones de terapia foucaultiana, que me permita ver que todo depende del relato. Pero a lo que iba: estaría bien que el Estado me concediese la prerrogativa de imponer multas a este tipo de conductores (y conductoras).

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