San Lucas dice de la Virgen María: «dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre». Qué maravilloso signo es este para todo el mundo, y por eso el ángel se lo repitió a los pastores: «encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre». El Dios de cielo y tierra, el Verbo Divino que existe glorioso junto al Padre Eterno desde el comienzo, ese mismo nació a este mundo de pecado como un niño pequeño. En esos momentos, yacía en brazos de su madre, inerme en apariencia e incapaz de cualquier cosa, y envuelto en pañales por María, y puesto a dormir en un pesebre. El Hijo de Dios Altísimo, que creó todos los planetas, se hizo carne, sin dejar de ser lo que era. Se hizo carne tan verdaderamente como si hubiera dejado de ser lo que era, y se hubiera transformado en un ser humano. Se sometió a ser el nacido de María, a ser tomado en brazos de un ser mortal, a tener el ojo de una madre fijo sobre él, y a ser alimentado por el pecho de una madre. Una hija del hombre pasó a ser Madre de Dios; para ella, por supuesto, un don de Dios absolutamente inefable, pero para El, ¡qué condescendencia! ¡Qué vaciamiento de su gloria hacerse hombre! (Sermones parroquiales 8)
sábado, 24 de diciembre de 2016
Navidad: el ojo de una madre sobre Él
Muy feliz Navidad a todos. Os dejo este texto del Beato J. R. Newman:
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario