viernes, 23 de diciembre de 2016
Joaco Herreros
He convivido con Juaco Herreros estos últimos diez años. Desde marzo del año pasado quedó afectado por un ictus: siendo una persona de inagotable capacidad de trabajo y de una independencia personal como pocas veces he visto yo, ya no pudo ya trabajar y necesitaba ser atendido por otros para todo: no podía moverse solo, no podía leer, no podía escribir. Nos ha dado un ejemplo tremendo de paciencia.
En su vida, un momento clave fue cuando, en los años 60, san Josemaría le animó a él y a Felipe González de Canales a que tomasen iniciativas para el desarrollo del ámbito rural. Eso lo convirtió en su objetivo vital, hasta que ya no pudo más. Ha muerto con 87 años. Hasta hace dos años se cogía un autobús de noche para ir a Córdoba, Zaragoza o donde fuera que tuviera un proyecto de desarrollo rural, como si nada. Era un trabajador como la copa de un pino, también en fines de semana (los domingos por la mañana traicionaba al ABC y hacía el crucigrama difícil de El País, pero eso era toda la diversión). Yo le llevé hace unos años a un hotel de montaña cerca de Reinosa, donde iba a «pasar las vacaciones»: llevaba el ordenador, la impresora (atada en una caja con cuerda de esparto) y un buen montón de papeles (sobre todo en francés) para redactar proyectos. Para él presentar un proyecto europeo era cosa de niños, así que presentaba unos cuantos.
En ese viaje me contó en detalle su visión de las cosas: él quería una renovación completa del campo, plantear iniciativas, fomentar las asociaciones, crear redes de empleo. A mí me daba vértigo, porque yo era justamente lo contrario de él: yo era un «profesor», algo que a él le quedaba muy corto, porque lo que buscaba era agentes, iniciativas, impulsos. En los primeros años había creado, según un modelo francés, las Escuelas Familiares Agrarias, que en buena parte permanecen y que han tenido una gran repercusión. Pero él no quería quedarse en crear colegios. Quizá la cuestión es que había sido el prototipo de muchacho conflictivo (al menos por lo que contaba): lo echaron del colegio, lo echaron de ICAI, pero al final acabó siendo doctor ingeniero industrial. Lo que no concebía era la vida del erudito, de las letras, de las clases: era un hombre de acción. El campo no le decía nada poético. Le importaba un bledo el paisaje: él lo que quería era ayudar a la gente del campo a vivir mejor.
Era un gran humorista, de esos que daban esas clases de broma del primer día a los de primer curso, con los profesores al fondo, escondidos, partiéndose todos de risa. Su humor siempre fue blanco: nunca le vi reírse de nadie. Era un gran humorista: gano un concurso de la radio, en los 50, por «silbar a dos voces»: le dieron 25 pesetas y se compró una armónica. Tenía un «análisis literario para hacer un poema» que leía en fiestas y era descacharrante: de hecho ese texto acabó, lo más increíble de todo, en un manual de teoría de la literatura.
Luego tenía sus cosas geniales: no le gustaba el nombre Joaquín (porque le parecía un diminutivo) y de ahí lo de Juaco. Conducía siempre Volkswagen escarabajos antiguos, a los que les acababa sacando medio millón de kilómetros. Le habían dado el carnet por ser ingeniero y yo dudo mucho de que fuera realmente consciente de las normas de circulación: si había una rotonda que no le gustaba, cruzaba por el medio (pitando a la vez a los de las autoescuelas) y allá paz y después gloria: por suerte nunca pilló a nadie.
Su padre murió cuando él era muy pequeño, en el Alto de los Leones, al principio de la guerra. Ahora se acordaba sobre todo de cuando se metían en refugios en Segovia en plena guerra, al llegar los aviones desde Madrid a bombardear. También de una vez en esos años que cogió un churro y lo metió en el chocolate del padre de un amigo, ante el pasmo de los circunstantes. Ahora yo le veo ya en el cielo, junto a san Josemaría y también con don Javier Echevarría, que fue amigo suyo de jovencito, en aquel Madrid de la postguerra.
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Me parece estupenda y justa esta reseña sobre Juaco
ResponderEliminarPreciosa y sincera tu semblanza, Ángel. Tantas cosas buenas -todas divertidas- que me vienen al recuerdo... Una grandísima persona, un amigo de verdad. Seguro que descansa en paz.
ResponderEliminarComo te habrán dicho en persona mis hermanos, te agradecemos muchísimo que hayas hecho este homenaje sincero y precioso a nuestro querido tío Joaco. Nos da mucho gusto saber que ha dejado tan honda y buena impresión en quienes lo tratasteis a diario.
ResponderEliminarTío Joaco era un GRANDE, como subrayas, y justo por eso lo disfrutamos poco, pues vivía entregado a los demás. Aun así, siempre buscó los huecos para pasar tiempo con nosotros. Nos regaló su ironía, su sonrisa con pipa y su eterna calidez. Nos quedamos apenados pero felices y orgullosos de haberlo tenido tan cerca.
¡Un abrazo fuerte a todos los que lo quisisteis!
Requteguay.Afinado, certero, amabilísimo.
ResponderEliminarÁngel, maravillosamente contado. Qué fuerza y qué tierno! Seguro que él desde arriba ayuda a que amuebléis su ausencia.
ResponderEliminarUn abrazo,Álvaro