lunes, 3 de octubre de 2016
Viena 6 (Ramón Gaya)
Al lado de la Residencia teníamos el parque de la Guarnición Turca (Türkenschanzpark), abierto en 1888 para conmemorar los 200 años del asedio último a Viena, justo en el sitio donde acamparon los malos (y en lo que ahora son alturas residenciales de la ciudad).
Es un parque a la inglesa, aunque pequeño para tener grandes praderas, con sus espacios a la romántica (grutas, estanques en fondos escénicos) y luego cada cierto tiempo el sonido amortiguado de un tren que pasaba por debajo y salía en medio del parque en una abertura central hundida.
Los árboles eran majestuosos, los prados serenos. Yo me sentaba en alguno de los bancos y leía tan ricamente.
Allí disfruté de las Cartas a sus amigos de Ramón Gaya. Para qué quiero yo novelas, cuando en ese libro, tan bien editado, se me presentaba la vida de ese pintor en comunicación verdadera (cómo impresiona lo sincero que es con sus corresponsales) con unos pocos.
Toda la primera parte la vas leyendo con admiración creciente ante una vocación tan verdadera y tan total a la pintura y un gusto tan firme y tan fino respecto a la tradición artística, hasta que caes en la cuenta que es un chaval de 18 años el que está escribiendo esas primeras cartas. Y poniéndose a la altura de los grandes de los años veinte y treinta, con la autoridad de quien es hondo.
Pasa la guerra, llega la muerte de su mujer (se habían casado en febrero de 1936; en una carta a Juan Guerrero Ruiz le pide ayuda para liquidar unos asuntos y conseguir algo de dinero y le dice: «Hágalo posible. Le prometo no volverme a casar: es para siempre» (193). Pero en marzo de 1939 ella muere en un bombardeo en la frontera francesa, camino del exilio. De allí va a Méjico: aturdido por el dolor, privado de la pintura que amaba, asido a unos pocos amigos. Y vienen las mejores partes del epistolario: su vuelta a Europa, sus comentarios de arte, las impresiones de París, Venecia, Florencia, Roma, la vuelta a España.
Yo lo leía mientras iba visitando por las mañanas el KHM, viendo a Bellini, Tintoretto, Tiziano y leyéndole hablar de los venecianos. Soy un suertudo.
El hecho es que las cartas acaban en 1978 y te quedas como huérfano: empieza otra época de su vida, en la que sus amigos los tiene al lado y ya no hacen falta cartas. Para ese tiempo tendría que haber un «Ramón Gaya de viva voz», que podrían hacer los amigos a base de los recuerdos que conserven de él. De hecho, justo a partir de ahí es cuando empieza a tener amigos más a la altura de su categoría artística y con los que pudo compartir sus ideas, intenciones, sus finísimas críticas de arte. Varios han escrito artículos, pero podrían publicar sus recuerdos más en detalle.
Yo lo que voy a hacer ahora es recomenzar sus Obras completas. Y os voy a ir poniendo los próximos días algunas de las cosas que me apunté del libro.
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Ha leído la Antología (creo) que está en la Biblioteca Virtual Cervantes, antes del verano, y me impresionó. Creo que muy pocas veces había leído sobre arte y creación escrito de esa manera, con lo difícil que es concretar, llevar a palabras esas ideas. Gracias por leerlo tú, que seguro nos traerás buenas noticias e ideas.
ResponderEliminarEn verano pasé por tu pueblo, como otros veranos. ¿Cómo deben ser en invierno esos pueblos de nombres para mí casi míticos: Castrojeriz, El Burgo Ranero, Ponferrada, Frómista, Villarcázar de Sirga...) Iremos a Toro.
Un abrazo