viernes, 8 de julio de 2016

Puertas cerradas y la que se abrió

Este finde en Burgos, más que otra cosa descansamos sin movernos: el fin de curso. Nada más hicimos una escapada, el sábado por la tarde, por Aranda. Paramos primero en Sinovas, que decían que tenía una techumbre mudéjar con pinturas muy buenas. Llegamos, preguntamos a ver quién tenía la llave, llamamos a la puerta, el marido nos miró y le pasó la pelota (metafórica) a su mujer, que ya desde el principio de puso en jarras (metafóricas) de que no nos iba a abrir. Yo me chiné pronto, mientras mi hermana apelaba a la razón: insistía yo en que nos fuéramos, porque no íbamos a conseguir nada, pero Eva buscaba resquicios: que si el cura, que si un conocido suyo que hizo un estudio sobre la iglesia; estaba claro que a la señora no la íbamos a sacar de su casa. Empezó con que la sentía muchísimo y ahí es cuando tuve lo que un amigo llama «un momento Ángel», que es ponerme a discutir sin que eso sirva de mucho, no sé ya si por puro deporte: que no lo sentía nada, eso se veía, le dije. La pobre mujer se quedó un poco parada, pero ni con esas: nos quedamos sin ver la iglesia de Sinovas. Aquí tenéis la puerta:


Por tentar la suerte, nos acercamos a Aranda. Qué pereza: estaban en fiestas. No hay nada más deprimente que un pueblo castellano en fiestas una tarde de calor. Al menos vimos la portada impresionante de la iglesia. Muy bien al menos eso.


Y ya de vuelta, en Gumiel de Izán, ante la puerta cerrada, unas señoras nos dijeron que el cura estaba en una ermita cercana. Yo creé una teoría sobre ancianitas obstructivas del amor al arte, pero resultó que no, que eran muy majas. Y más majo fue el cura, que acabó abriéndonos la iglesia, de una portada monumental admirable (le dije: será del XVIII; él, discreto, me contestó que ponía arriba «1627»). Tiene un retablo absolutamente espectacular y tablas e imágenes de primera categoría, pero basta que os remita a este blog que lo explica magistralmente.

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