Estuve por Valladolid, pasé el fin de semana en Burgos, luego de vuelta paré en Benavente y ahora con unos amigos estoy recorriendo maravillas de Galicia, así que la vida puede a la literatura y este blog se queda parado. Yo me asomo para contar que el día de Valladolid nos acercamos a Toro, para ver Las Edades del Hombre, que es sombra de lo que fue al principio, una exposición supuestamente catequética (en detrimento de la calidad artística, como si ese no fuera un criterio catequético), en la que predomina lo mediocre y abunda lo contemporáneo vulgar (y entre medias, ponen siempre a Antonio López: qué cansino todo). Para colmo, habían tapado la Colegiata casi entera, hasta las aberturas del cimborrio, que ya es ganas de tapar. Al menos habían dejado el Pórtico (que me gustó un poco más esta vez) y un retablo que me gustó mucho la vez que estuve antes, pero que ahora estaba muy mal iluminado, teniendo como tiene una de las imágenes mejores de Santiago Apóstol de la Historia del Arte, esa figura de medio cuerpo pintada con grandísima finura por Lorenzo de Ávila.
Además de dos cuadros de Castrojeriz (pero que parecía como que los habían lijado), nos paramos en una maravilla, el cuadro del Bautismo de Cristo de Pedro Berruguete en Santa María del Campo, que yo ya había visitado dos veces in situ. Pero lo grande lo vuelves a ver y siempre es mucho mejor todavía: qué intensidad en la atención de todos los personajes a lo que estaba pasando en la escena, qué maravilla de agua blanca río arriba, qué virtuosismo de las gotas en el cuerpo del Señor, qué perspectiva en la jarra que vierte con tanto cuidado san Juan en su cabeza. Ya solo por eso mereció la pena ir a Toro, que por lo demás es una ciudad impresionante, que rebosa historia y arte. Una lástima el resultado de Las Edades allí, pero espero que al menos sirva para que la gente conozca la ciudad de doña Elvira, que así la llaman.
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