Un amigo enlazaba el otro día este artículo de 2010 de Benjamin Lockerd: El final de la literatura.
Explica el tal Lockard cómo en su Departamento de Inglés empiezan a dominar los que ponen el acento en algunas líneas de teoría literaria a la moda, en detrimento de la lectura de los textos mismos («Ese acercamiento tradicional permite que los grandes escritores nos hablen, en lugar de insistir con arrogancia que deberíamos corregirlos y reconvenirles») y a la vez socavando el canon establecido en favor de autores más bizcochables (bueno, esa palabra la digo yo).
[Parafraseo] Lockard se acoge luego a Horacio, el famoso «docere et delectare» como finalidad de la poesía, con nombres más nobles: Belleza y Verdad. Recuerda la definición de belleza de Aristóteles de totalidad satisfactoria creada de partes dispares, la de san Agustín de harmonización de partes en un todo ordenado y la de santo Tomás de Aquino sobre que la belleza implica integridad. Y también recuerda la Apology for Poetry de Sir Philip Sidney, escrita frente a los ataques puritanos que veían la poesía como esencialmente inmoral. Siguiendo a Aristóteles, defiende que la poesía revela universales y es por ello profundamente filosófica, pero va más adelante al afirmar que es un mejor educador ético que la filosofía, pues toca las emociones y nos mueve a la acción moral, mientras que la filosofía puede enseñar lo bueno pero no mover nuestros corazones para actuar respecto a ese conocimiento, argumento luego repetido por Shelley, que dice que la imaginación nos permite experimentar la vida desde la perspectiva de otros y por ello es esencial para el amor mismo. Recientemente, tanto Lionel Trilling (un crítico de izquierdas) como Russell Kirk (un crítico de derechas) han usado la frase «imaginación moral» para explicar este lado ético de la literatura.
Pero leed el artículo vosotros. Hay una crítica muy buena a esas líneas de moda en los estudios literarios, de propósitos más sociopolíticos que literarios en sentido estricto, o de «practicar la política por otros medios». Por supuesto que las palabras Belleza y Verdad se quedan en el trastero.
[Parafraseo] Lockard se acoge luego a Horacio, el famoso «docere et delectare» como finalidad de la poesía, con nombres más nobles: Belleza y Verdad. Recuerda la definición de belleza de Aristóteles de totalidad satisfactoria creada de partes dispares, la de san Agustín de harmonización de partes en un todo ordenado y la de santo Tomás de Aquino sobre que la belleza implica integridad. Y también recuerda la Apology for Poetry de Sir Philip Sidney, escrita frente a los ataques puritanos que veían la poesía como esencialmente inmoral. Siguiendo a Aristóteles, defiende que la poesía revela universales y es por ello profundamente filosófica, pero va más adelante al afirmar que es un mejor educador ético que la filosofía, pues toca las emociones y nos mueve a la acción moral, mientras que la filosofía puede enseñar lo bueno pero no mover nuestros corazones para actuar respecto a ese conocimiento, argumento luego repetido por Shelley, que dice que la imaginación nos permite experimentar la vida desde la perspectiva de otros y por ello es esencial para el amor mismo. Recientemente, tanto Lionel Trilling (un crítico de izquierdas) como Russell Kirk (un crítico de derechas) han usado la frase «imaginación moral» para explicar este lado ético de la literatura.
Pero leed el artículo vosotros. Hay una crítica muy buena a esas líneas de moda en los estudios literarios, de propósitos más sociopolíticos que literarios en sentido estricto, o de «practicar la política por otros medios». Por supuesto que las palabras Belleza y Verdad se quedan en el trastero.
Es una conversión a la literatura misma (como a las cosas mismas). Aunque esto es también una tendencia de moda, el post-teorismo. Quizá es necesario un equilibrio entre teoría y práctica (muy propio de la ética).
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