En un pasaje que fecha en la cárcel, cuenta que fantasea sobre un cielo de nueve cielos:
Una tarde fría que alberga, sin embargo, una lejana promesa de primavera. A través de los intersticios de las tablas adivinamos el deshielo. Me embarga la nostalgia y la modorra. Me gustaría poder encogerme como un niño, como un gato encima del horno. Me vienen a la memoria, claros y cercanos, el inmenso patio de la fábrica de Pantelimon, la calle Armenească y su increíble serenidad, el árbol de Navidad en la casa Şeteanu, la sonrisa de la señora Boerescu con su vestido de terciopelo violeta, el bosque entre el río Târgului y el Doamnei en Clucereasa, los movimientos apresurados de la señora Florescu (...)
Se acurruca debajo de la ventana y
al igual que el niño que se cuenta a sí mismo historias sabidas desde hace tiempo, me repito y sistematizo la teoría de los nueve cielos a la que le estoy dando vueltas y que me consuela desde hace algún tiempo.
En los tres primeros cielos reina y trabaja Dios, el Creador de todas las cosas, el Omnipotente, el Gran Anónimo de Blaga, el Gran Relojero de Voltaire, el Gran Arquitecto de los francmasones. Del cuarto cielo hacia arriba hasta el séptimo mora el Juez justo, el que da miedo, el Legislador del Antiguo Testamento, el Dios de la Justicia Áspera. A partir del séptimo cielo se revelan -a los que se les concede este don- algunos secretos finales inesperados. Pero, a diferencia de lo que creen los iniciados, los guenonistas, los teósofos, los antropósofos, los espiritualistas o los hombres positivos de grandes ideas, o los ateos de corte agnóstico, la divinidad del noveno cielo no es una «fuerza» o una «energía» impasible e impersonal, un coordinador escondido o un constructor, sino que es el Dios de la barba blanca, dulce y bueno, el Dios de la lejana infancia, de los villancicos, de los cozonaci [bollo típico de Navidad y Pascua, con masa de pan, nueces y pasas], de los aguinaldos, de las tortas y de las noches más bellas de Navidad, el de Dickens y la Bibliothèque Rose.
Aquí está Cristo, consuelo y descanso, el que nos ha prometido que nos salvará del mal, del asco, del pecado, del dolor, en quien piensan los personajes de Chejov en El tío Vania. (254-5)
Aquí está Cristo, consuelo y descanso, el que nos ha prometido que nos salvará del mal, del asco..
ResponderEliminarImpresionante: del asco. Cómo se nota la verdad, la fuerza con la que está dicho. Del mal, del pecado... Son palabras tan contundentes, es tan difícil saber, si están aquí o más bien allá, si sí pero no tanto, o parece que no pero sí... Pero el asco es el asco, eso sí que sí. Cristo, líbranos del asco.
Gracias.
No le había prestado mucha atención a lo del «asco»: ahora que lo señalas, todavía me gusta más el texto, muchas gracias.
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