martes, 23 de diciembre de 2014

El día de la blandura de la misericordia

Niño bendito, ¿no habláis? No hablaba sino como un niño de dos días. ¿Para qué tanto silencio? Está callando el Niño, para darte a entender, pecadorcito, que, aunque hayas hecho pecados, no te llamará como a Adam, no te espantará ni te reprehenderá en su favor. Tan mudo lo hallarás para reprehender como agora para hablarte, que esto es entender este misterio como se ha de entender, que, cual de fuera parece en la carne, tal está de dentro la santa Divinidad en blandura. ¿Qué cosa hay en el mundo más flaquita para hacer mal que un niño de dos días? ¿Cuándo un niño de dos días dio bofetada ni mató a nadie? No hay cosa más sin temor que un niño. Pues éste es el misterio para que celebramos la fiesta, no como judíos carnales, sino en espíritu, como dijo Él: verdaderos adoradores en espíritu y en verdad (cf. Jn. 4,23). Tal habéis de pensar la Divinidad dentro como de fuera la Humanidad, hermanos, por la santa encarnación de Jesucristo y por su pasión. Ésta es la Divinidad sin armas que dice: No te haré mal, pecador, llégate a mí, que así como no debes huir de un niño, así no debes huir de mi santa Divinidad; y como en el cuerpo parece blandura, lo está en la santa Divinidad, que ésta es la grandeza de Dios: cual parece de fuera, tal está dentro, tan blando y tan misericordioso. ¡Bendito sea tal Dios y bendita sea su misericordia que a tal día nos dejó llegar, el día de la blandura de la misericordia de Dios!
Veía hoy San Esteban los cielos abiertos (Hch 7,56): el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Aquellos cielos, ¿que a quién y a quién se abrían? Ya hoy llueven miel para quien le quisiere pedir misericordia.
San Juan de Ávila, «Sermón de Navidad predicado en el día de san Esteban, en un convento de monjas». Obras completas. Nueva edición crítica. III Sermones, BAC, Madrid, 2002, 70

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