martes, 6 de mayo de 2014

La patria desconocida 1

Y como me habían gustado tanto los textos en prosa antologados por su hijo, miré y teníamos en la Facultad La patria desconocida, un libro con sus primeros recuerdos: destellos de sus primeros años en Argentina primero, los años de niño en Bárcena (Cantabria), un tiempo en Madrid y la vuelta con 13 años a Buenos Aires en 1899.

Ya tengo mi escritor favorito de Argentina: Baldomero Fernández Moreno.

Fui marcando textos que me gustaban más. Hoy os pongo unos pocos y mañana más.

Si fuera editor, reeditaba este libro y el que le sigue sin pensarlo un segundo (a quien quiera, le mando el pdf):

[Recuerdos de infancia en Bárcena. Un chaval vecino] «Lamberto, el primogénito, era de la piel del diablo: ni padres ni maestros podían con él; estampanaba a los animales contra las paredes y se engarraba con todo el mundo; He sabido mucho después que emigró a México y que fue muerto de una puñalada. Y conste que esto no es una moraleja, aunque lo parezca». (20)

«No sé por qué había en aquel hogar cosas de América. Una tarde me dijeron: esto es Buenos Aires. Era un grabado desteñido que representaba un caserío bajo, extendido, con torres y cúpulas. Una banderita flameaba muy contenta y un largo muelle se internaba en las aguas festivas de veleros. Esta fue la primera visión que tuve de la ciudad en que había nacido». (21)

«El señor maestro habíale dicho en alguna ocasión a mi padre que yo tenía mucho pulso. Referiríase, sin duda, a mi facilidad para hacer palotes. Cayó entonces mi padre en una singular manía: hacíame llenar grandes hojas de papel con interminables espirales que debían surgir de mi pluma limpias, geométricas, perfectas. Como, por lo general, no salían a su sabor, me daba de coscorrones, mientras yo, con la cabeza baja, lloraba a moco tendido, sobre aquella especie de caracoles caligráficos. En cambio, ¡qué placer cuando mi madre me hacía escribir al abuelo Simeón, que estaba, a la sazón, en Buenos Aires! Si al dictarme el sobre: República Argentina, parecíame un ser extraordinario, cuando agregaba, como último requisito postal: por Lisboa, yo veía apretarse en sus manos, como en un haz, todas las rutas del mundo». (24)

«En el pasillo, de que ya he hablado, mi madre rezaba el rosario, sola o acompañada de los criados. A veces, por entretenernos, nos decía versos. Tenía y conservaba una hermosa voz y recitaba con mucho gusto y bríos. De su boca escuché las primeras estrofas castellanas, y, aunque su sentido se me escapaba casi siempre, no ocurría así con su número ni con su emoción. La casa estaba en sosiego, aun no se habían encendido las lámparas de petróleo, y la cálida voz cantaba un romance histórico del duque de Rivas». (27)

3 comentarios: