lunes, 8 de julio de 2013

Locus refrigerii

Lugar de refrigerio, dice la liturgia que es el cielo, al rezar por los difuntos. Cómo me consuela: ni en Galicia se puede estar ya a salvo del calor.
Y en agosto, en vez de subir cerca del Círculo Polar Ártico -mi ideal de verano- voy a ir a Valladolid, donde me las prometía muy felices (arte + amigos), pero que ahora se me representa amenazado de una bruma pegajosa como la de este agobiante fin de semana que hemos pasado aquí.

Quizá esté bien pasar esta semana recordando cosas que me apunté de un libro excelente de José María Cabodevilla (El cielo en palabras terrenas, Paulinas, Madrid, 1990), del que me había hablado muy bien Suso.

Empiezo con cuestiones de estética:
Los puristas suelen rechazar con escándalo cualquier expresión antropomórfica referida a Dios. Ellos utilizan otros términos: el absoluto, el ser subsistente, la primera causa. Pero ¿acaso tales conceptos no son también humanos, demasiado humanos? El peligro que acecha a tan celosos correctores del idioma es el mismo que corren los iconoclastas del cielo. A menudo estos acaban cayendo en la incongruencia, en una especie de idolatría al revés. Después que han derribado las estatuas o han retirado de la pared desnuda el cuadro, se arrodillan muy complacidos ante esa pared desnuda, ante esa hornacina vacía. Evidentemente, el cielo no cabía en un cuadro, pero tampoco cabe en ese hueco que quedó tras haber descolgado el cuadro (p. 28 n. 31).
Habla de los problemas de representar el cielo con “tintas extraídas de la tierra”:
Ciertamente, no deja de ser un anacronismo poner en el belén una torre Eiffel o un tren eléctrico. Sin embargo, eso que es históricamente falso resulta teológicamente verdadero: en el misterio de la Encarnación confluían todos los siglos, pretéritos o futuros. Del mismo modo, para quien cree en la resurrección de la carne todo tiene cabida en el otro mundo. Un desmantelamiento espiritualista del cielo sería tan improcedente como una expurgación arqueológica del belén (p. 33 n. 38).
Y mirad qué párrafo:
Un cielo demasiado sublime, un cielo sobrehumano, acaba siendo sobrehumano, es decir, falso.
La gente pide un cielo a la medida de su corazón y le dan un cielo teórico. Pide una patria y le dan un Estado. (…) Pide un pan, porque tiene hambre, y le dan otra cosa muy distinta de valor incalculable: un cuadro de Caravaggio donde está pintado un pan (p. 34 n. 41).

3 comentarios:

  1. Muy bueno. Déjenme de tantas abstracciones. Si Dios se hizo carne.

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  2. Interesante de veras. Y poético: la Divina Comedia es lo que es porque no se mueve entre abstracciones, sino entre realidades detalladas y convincentes. Señalo que donde dice "para quien en la resurrección", supongo que falta la palabra "cree", u otra parecida.

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  3. Sí, así es. Gatoflauta, gracias por la palabra que faltaba.

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