«El Señor mete la verdad en cada uno de nosotros; no hay posibilidad de no entender»
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En un libro del entonces cardenal Raztinger sobre la iglesia, incluyó al final una extraordinaria conferencia sobre la conciencia [en inglés aquí].
El núcleo es aquel brindis del cardenal Newman:
Ciertamente si yo pudiese brindar por la religión después de una comida -lo que no es muy indicado hacer-; brindaría por el papa. Pero antes por la conciencia, y luego por el papa.Eso mismo el hombre moderno lo puede percibir como una alternativa: o decides obedecer al Papa o decides seguir tu conciencia, porque vivimos instalados en ella: moral de la autoridad (=sujeción) frente a moral de la conciencia (=libertad).
El hecho es que es central en la moral católica el deber de seguir siempre la conciencia como norma suprema, incluso cuando esté en contraste con lo que mande una autoridad. Por eso el Magisterio de la Iglesia, si habla de moral, solo puede proponer "elementos para la formación de un juicio autónomo de la conciencia": no puede forzar a nadie a ir contra su conciencia.
Decía Fichte: «la conciencia es infalible» [siempre acabamos en esos años a caballo entre los siglos XVIII y XIX].
Si seguimos a Fichte «puesto que los juicios de conciencia se contradicen, no habría más que una verdad del sujeto, que se reduciría a su sinceridad» (147).
Esto lleva a lo siguiente: habrá que afirmar que no existe verdadera libertad y que los dictámenes de la conciencia no son más que el reflejo de las condiciones sociales que la moldean.
Cuenta ahí una anécdota de un colega que elogiaba a Dios por haber hecho que muchos fuesen no creyentes de buena conciencia, porque así se salvarían.
El trasfondo [en parte culpa de tanta literatura en esa línea, añado] es la idea de la fe como un peso difícil de sobrellevar, una especie de castigo con el que se carga.
Y así se llega a la paradoja de que la fe haría más difícil salvarse [lo que se dice, un regalo envenenado]. Plantemientos en esa línea son los que han paralizado la evangelización [a ver quién se va a ir al corazón de África a cargar con el fardo de la fe a los felices increyentes que se comieron al anterior misionero con limpísima conciencia].
Por esa vía, la conciencia no es una «vía de la verdad, sino reducto de la subjetividad, en la que el hombre puede huir de la realidad y esconderse de ella» (150).
Esto es la visión liberal: «la conciencia no abre el camino liberador de la verdad, que o no existe en absoluto o es demasiado exigente para nosotros. La conciencia es la instancia que nos dispensa de la verdad; se transforma en la justificación de la subjetividad, que no admite ser cuestionada» (150-151).
Por todo ello, desaparece el deber de buscar la verdad: «basta estar convencido de las propias opiniones y adaptarse a las de los demás» (151).
Otra anécdota aquí: colegas que le decían que si todo lo anterior era cierto, entonces los de las SS (y hasta Hitler) se salvarían. Y cuenta que fue entonces cuando él tuvo la seguridad de que algo no encajaba en todo esto [me fascina que lo diga así: una reacción visceral como turning-point de esta cuestión: no todo es deducción lógica: y aquí estamos en el terreno de la intimidad].
Para salir de ese callejón sin salida, se apoya en los planteamientos del psicólogo Albert Görres (Communio 1984.5: pdf): el sentido de culpa pertenece a la esencia misma de la estructura psicológica del hombre.
El sentido de culpa rompe una falsa serenidad de conciencia. Es tan necesario -en cuanto síntoma- como el dolor físico. El que no percibe la culpa está espiritualmente enfermo: el publicano, frente al fariseo, puede volver a Dios. [El de las SS encantado de gasear judíos es un monstruo, y si no se da cuenta, es que tiene el equivalente de un cáncer terminal]
Carta de san Pablo a los Romanos 2.1-16: el pagano que descubre a Dios en su conciencia.
Reducir el hombre a subjetividad no libera en absoluto: le hace esclavo, víctima de las opiniones dominantes. A lo más que se puede llegar por esa vía es a una «seguridad pseudorracional, mezcla de autojustificación, conformismo y pereza. La conciencia se degrada convirtiéndose en mecanismo de desculpabilización».
Y llega a Newman: «su vida y obra (...) un único y gran comentario al problema de la conciencia». Recuerda el brindis, que tiene sentido porque para Newman conciencia y autoridad están unidos en la verdad: esa es, en su opinión, la clave de todo Newman.
Para Newman, «la conciencia (...) significa (...) la presencia perceptible e imperiosa de la voz de la verdad dentro del sujeto mismo; la conciencia es la superación de la mera subjetividad en el encuentro entre la interioridad del hombre y la verdad que procede de Dios».
Cita como modelos de esto a santo Tomás Moro y al propio cardenal Newman, que un año antes de convertirse decía que no sentía ninguna simpatia hacia la Iglesia católica romana. Justamente la conciencia se puede descubrir [aunque habría mucho que precisar aquí] cuando no coincide con los propios gustos y deseos, cuando no se identifica con lo socialmente más ventajoso, con el consenso del grupo o con exigencias del poder político o social.
Actualmente [habla en 1990] vemos que la verdad ha sido sustituida por el «progreso». Y se remonta a la disputa Sócrates / sofistas, en la que ve como clave reconocer que se pueda llegar a la verdad. Ahí es donde están también los mártires: «capacidad de verdad del hombre como límite de todo poder y garantía de su semejanza divina».
Hay que formular un concepto de conciencia que recoja todo lo que se ha discutido sobre el tema.
En la tradición medieval, la corriente principal de la escolástica distinguía dos niveles, la sindéresis (del griego 'synteresis') y la conscientia.
El de sindéresis es un término confuso (que además puede llevar a confusiones con la doctrina estoica del microcosmos) por lo que él propone recuperar un término platónico, el de anámnesis, que lingüísticamente es un término más claro [literalmente memoria - hacia arriba: hacía atrás (en el tiempo)] y concuerda [vamos, que no lo recupera por ser platónico, sino por su valor propio] con temas esenciales del pensamiento bíblico y la antropología desarrollada a partir de la Biblia.
Por anámnesis entiende lo de Rom. 2.14: ley escrita en los corazones, según lo atestigua su conciencia. Cita a san Basilio: «chispa del amor divino, que ha sido escondido en lo más íntimo de nosotros» (PG 31.908).
Es el nivel primero de la conciencia: ha sido infundido en nosotros algo semejante a una memoria originaria del bien y de la verdad. (...) tendencia íntima del ser del hombre hecho a imagen de Dios, hacia cuanto es conforme con Dios».
Es una «anámnesis del origen».
De ahí la necesidad de la misión, de evangelizar: todos están esperando el Evangelio.
El nivel segundo es el de la conscientia [lo que solemos entender por 'conciencia']: a partir de la sindéresis (íntima repugnancia del mal, íntima atracción al bien) santo Tomás llega a la conscientia como acto, con 3 elementos: reconocer (recognoscere), dar testimonio (testificari) y finalmente juzgar (iudicare).
Hay que seguir la conciencia errónea: la culpa no está ahí, sino en la negligencia que hace a uno sordo a la voz de la verdad y a sus sugerencias interiores. Por eso Hitler y Stalin son culpables.
Conclusión: es difícil el camino de la verdad. Pero permanecer encerrado en uno mismo no libera.
Y acaba con un ejemplo de la mitología: Cuando Orestes mata a su madre está siguiendo su conciencia (sigue lo que le dice el dios Apolo), pero es perseguido por las Erinias (también entendibles como su conciencia). Es la tragedia de la condición humana: lucha entre dioses que refleja un conflicto íntimo de la conciencia.
Y un final redondo:
En el cristianismo el logos es perdón: la verdad nos hace libres y «somos libres para escuchar con alegría y sin ansiedad el mensaje de la conciencia».
No me resulta del todo claro si estás de acuerdo con el brindis de Newman. Aunque parece que sí, cuando afirmas que "es central en la moral católica el deber de seguir siempre la conciencia como norma suprema, incluso cuando esté en contraste con lo que mande una autoridad". Si es así, ¿qué hacemos con aquello de San Ignacio: "Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina", o con lo de Bossuet: "Un hereje es todo aquel que tiene opinión propia”?
ResponderEliminarLo que trata es sobre la "recta conciencia", no se refiere a la personal o lo que nos parece correcto. Sino a la que es formada según la VERDAD REVELADA, INTERPRETADA POR LA IGLESIA DOCENTE EN EL MAGISTERIO. Estamos obligados como católicos a la búsqueda de la VERDAD, la Iglesia Docente nos proporciona su Doctrina, recogida en el "depósito de la fe" y tenemos la ayuda de la Patrística, la Escolástica y el papado fiel a la palabra de Dios.
EliminarPara que no quede ninguna duda de que estoy totalmente de acuerdo con el brindis de Newman, he reformulado la frase que sigue.
ResponderEliminarLo que dice Ratzinger es que en nuestra época un brindis como ese se percibe como una alternativa aut/aut either/or, cuando (como explica después), la anámnesis es la clave para comprender que verdad de la conciencia y verdad de la autoridad coinciden (en el mejor de los casos, claro, ahí se abre una problemática complejísima).
Lo de san Ignacio es un criterio que se deduce de eso: la verdad que a mí me puede costar descubrir en cosas particulares, la Iglesia jerárquica me ayuda a discernirla con más claridad. Pero yo siempre tendré que actuar de acuerdo a mi conciencia.
Por ejemplo: si yo tuviera dudas sobre la moralidad de pagar a instituciones económicas corruptas, tengo la guía de la autoridad de la Iglesia en esas cuestiones: pero tengo que ser yo en conciencia el que decida si pago o no a unos corruptos para conseguir solucionar algo.
Lo de Bossuet supongo que necesita más contexto: dime de dónde es la cita, que me interesa mucho últimamente Bossuet.
Me reconocerás que la lectura que tú haces de la frase se San Ignacio es, por lo menos, discutible. Dice él: "Debemos SIEMPRE tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina". Tú interpretas que la Iglesia jerárquica "me ayuda a discernir" (no, creo; aquí se habla de sumisión, sin otros matices, y para nada se menciona a la propia conciencia).
ResponderEliminarEso aparte, lamento no poderte aclarar de dónde procede exactamente la frase de Bossuet, que sólo conozco en cita. Aquí la tienes en otra traducción, más amplia: "“El hereje es aquel que tiene una opinión; y eso mismo es lo que la palabra significa. ¿Qué quiere decir tener una opinión? Seguir su propio pensamiento y su sentimiento particular. El católico, sin embargo, es el católico; es decir, que es universal; y, sin tener sentimiento particular, sigue sin vacilar el de la Iglesia”. Cito ahora por la página 205, nota, del libro "Golpismo y democracia", de Arnaldo Santos, Ed. Fundamentos, 2007. Tampoco aquí se habla de elección entre el criterio de la Iglesia y la propia conciencia, si acaso no coincidieran. Repito: "sin tener sentimiento particular, sigue sin vacilar el de la Iglesia".
La lectura es excelente. Clarísima.
ResponderEliminarLas citas que apunta Gatoflauta están muy bien.
¡Muy bueno! Y creo que, hablando sobre este asunto y teniendo en cuenta la perspectiva cristiana, se debe recordar a Agustín y el libro X de las Confesiones donde habla de la ingens aula memoriae, de la memoria como el centro de la conciencia del hombre, a través de la cual el hombre (in interiori homine habitat ueritas) puede buscar a Dios. ¿Todo muy neoplatónico quizá?
ResponderEliminarLa cita de san Ignacio se las trae, sí; yo puedo haberle rebajado la carga, queriendo entenderla 'in bonam partem' (que creo que es como se ha de entender, por lo demás).
ResponderEliminarUn punto muy bien visto de la conferencia de Ratzinger es lo que explica de cómo en el siglo XX la noción de la unidad de la verdad percibida en mi conciencia y la verdad que custodia la Iglesia se deja de comprender: frases como la de san Ignacio o la de Bossuet, que seguramente eran recibidas sin más problemas en su momento (con todos los peros que pudieran ponerles), ahora no. Por eso creo que es muy interesante cómo explica lo del brindis de Newman.
Y teóricamente puede ser un problema insoluble; pero vitalmente, yo no tengo ni he tenido nunca ningún problema de posibles contradicciones entre mi conciencia y lo que la Iglesia enseña. A veces hasta me da un poco de vergüenza: me gustaría ser un poco malote y gritar que mi conciencia me impide X, Y o Z que afirma la Iglesia, pero es que mi conciencia me gritaría que no estaba haciendo bien, porque no hay nada que afirme la Iglesia que me parezca mal (a mi lado, Menéndez Pelayo parece un hereje).
Y lo que dice Bossuet es simplemente que hereje es el que se separa, que eso es lo que significa la palabra (haeresis: separación).
Yo, José, me acordaba más de lo que dice gente como Empédocles de que los hombres son partículas de la divinidad -de Amor- caídas en cuerpos; o de Aristóteles, que decía que el intelecto agente era divino, y lo único que sobrevivía tras la muerte, vuelto a la divinidad.
ResponderEliminarPero lo de Platón del alma caída en un cuerpo al menos explica que conservemos memoria de 'lo divino'.
Son cuestiones que me superan, pero me parece fascinante esa línea de explicación de la huella de Dios en nosotros.
Muy de acuerdo con lo de entender "in bonam partem". Me encantaría que eso se aplicara, no sólo a quienes, digamos, están del propio lado, sino también a quienes están del contrario. Yo no soy conservador, por ejemplo, pero entiendo que si el progreso tiene algún sentido, lo tiene progresando sobre lo que ya existe, y conservando al hacerlo lo mejor de ello: de ahí que la actitud conservadora cuente con todo mi respeto. Tampoco soy creyente, pero respeto, y hasta en no pocos casos admiro, a quienes tienen fe. Me encantaría, ya digo, que esta actitud mía fuese también la de conservadores y creyentes respecto a sus contrarios, y su tendencia natural la de tomar efectivamente "in bonam partem" lo que éstos alegan. Me temo que este deseo mío se queda, en muchísimos casos, en eso: en un buen deseo. Lástima grande, si es así.
ResponderEliminarComo me dijo un amigo, "esa frase de Ignacio es simplemente indignante".
ResponderEliminarA mí me encanta la segunda parte omitida por Gatoflauta:
"creyendo que entre Cristo nuestro Seńor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y seńor nuestro que dio los diez mandamientos es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia"
Si yo viera algo blanco, y la iglesia lo viera negro, lo más probable es que yo tuviera tipex en el ojo o una mierda de cigüeña como un gotelé se hubiera posado en mi vista o algo así. No creo que haga falta mucha 'in bonam partem' de esa para entender esto.
Como en el caso de la frase de Bossuet, sólo conocía en cita la de San Ignacio. El contexto que ahora explica Balaverde, si yo lo entiendo bien, parecería indicar que, en opinión del santo, la Iglesia no puede equivocarse, porque el espíritu que a través de su autoridad se expresa es el propio espíritu divino, y en cuanto tal, obviamente, infalible. Si aceptamos eso, es la entrada misma la que está de más; no cabe aquí, entiendo, lo que allí se decía de que (y vuelvo a citarlo) "es central en la moral católica el deber de seguir siempre la conciencia como norma suprema, incluso cuando esté en contraste con lo que mande una autoridad"; ese "contraste", por definición, jamás podría darse desde la perspectiva del creyente, ya que si nuestra conciencia difiriese del criterio del propio Dios, es obvio que es la conciencia quien se estaría equivocando. Y tampoco sería aceptable lo de Newman: ¿cómo que antes por la conciencia y luego por el Papa, si por boca del Papa, y de la Iglesia misma, es nada menos que el propio Dios quien se expresa, como "rector y gobernador" real que es de ella? Lo siento, pero sigo sin verlo claro.
ResponderEliminarHe estado de vacaciones y por eso no entré en el blog en su momento. Pero quiero agradecerte esta entrada, por lo que tiene de estupendo resumen del texto que me enviaste y leí con fruición. De todos modos, merece una segunda y tercera lectura y varias pensadas.El tema es apasionante y, por intemporal, de plana actualidad.
ResponderEliminarLo de la frase de San Ignacio puede sonar brutal o cerril, pero no lo es tanto si pensamos que S. Ignacio no era imbecil, sino bastante inteligente y santo.Yo lo entiendo como dirigido a aquellos que opinan sin fundamento o reflexión, como si dijese algo así: Señores, ustedes creen una cosa y la Iglesia otra. Lo normal es que la Iglesia tenga razón. No se apresuren, profundicen en el tema, estudien con rectitud de intención lo que dice el magisterio y entonces verán claro. Lo lógico, el no lo duda, porque cree que la Iglesia es esposa de Cristo, es que la Iglesia tenga la razón.(Y la verdad es que a menudo así ocurre)
ResponderEliminarQue anotación más rica, es un tema que me apasiona. Me lo perdí en su momento y la retomo ahora. Gracias Ángel.
ResponderEliminarNo sé... si ya me cuesta explicarles a mis hijos que la grasita del jamón bueno también está buena (no entremos en debates de colesterol... plis) no oso explicarle a un vegetariano por qué creo que mis hijos deben fiarse, gatoflauta. Me parece un debate algo inútil. Por mucha bondad que le eche.
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