Yo llevaba un año leyendo su blog, así que cuando anunció que iba a hacer el Camino de Santiago, le dejé un comentario diciéndole que le esperaba en la meta (eso es lo bueno de vivir en Santiago: que no tienes que hacer el Camino y además la gente viene aquí).
Fue escribiendo su recorrido día a día, muy bien, con gran sensatez, sin caer en fundamentalismos caministas (por ejemplo evitando los albergues la mitad de las veces, visto que era imposible dormir en la mayoría), con muy interesantes aportaciones.
Y al final llegó. Estuvimos viendo cosas de la ciudad: gran tipo.De lo que escribió, mi favorito es este relato de una Misa de domingo a la que fueron, que acabó siendo unas Primeras Comuniones:
Eran las once y media pasadas y los bancos empezaban a llenarse. (...) En muchos ponía un papel: 'Familiares'. (...) Los 'familiares' de Viana -y parece que los familiares de los familiares que acabaron llenando la iglesia de santa María, hasta el punto de hacer ridícula cualquier medida de evacuación, eran como carnavaleros dejados a su aire en el Vaticano. La generación anterior de 'abuelos' y 'abuelas' vestía con discreción -modelos de elegancia- pero no así la generación más joven, especialmente las adolescentes: mi ojo despistado notó pronto los mini-modelos; vimos a una chica de no más de catorce años con shorts de lycra y blusa formal, como una modelo de bañadores. (...) Miré a mi derecha, a la capilla de al lado y vi a un hombre con chaqueta de piel negra y vaqueros, de pie, brazos cruzados respetuosamente, pero completamente desenfilado del altar, como si se estuviera escondiendo. Arriba, justo encima de él, en el retablo lateral, había un cuadro de un santo igual que él: oscuro, peludo y muy español, con la diferencia de que el santo estaba contemplando el crucifijo que tenía en la mano. El hombre del traje de piel parecía que no estaba contemplando más que su reloj, esperando tranquilo que aquello se acabase.
El cura y los monaguillos y los 24 niños de primera comunión cruzaron el pasillo central, las niñas con largos vestidos de fiesta de volantes, el pelo arreglado con lazos y cascadas de rizos. Todos los niños menos uno iban con variantes del traje de marino, uno tan elaborado que parecía un dictador sudamericano en pequeño. Había un niño que parecía que no le había avisado o que era de la familia más pobre: iba con una chaqueta gris pálido y pantalones blancos, pero destacaba mucho más justo por eso.
La celebración litúrgica fue el caos. El cura bajito y feliz iba con un micrófono en la mano, como un rapero en una fiesta de la canción escolar. Lanzó dos curiosas canciones multitudinarias, entre ellas un gloria con la melodía de "The Battle Hymn of the Republic": ¡Gloria, gloria, aleluya! Apagó el micrófono en el momento de la Comunión pero eso no paró el murmullo profundo de incesante parloteo de los fieles, que sonaba más al parqué en un acto de nombramiento de candidatos a presidente USA que a una comunidad en oración. Cuando llegó el momento de que cada uno de los 24 niños recibiera la comunión por primera vez, el sacerdote se puso de perfil delante del altar y cada niño se acercó, con las manos extendidas. Cuando el niño comulgaba de perfil, un único fotógrafo puesto al efecto directamente enfrente de los dos soltaba el flash para capturar el momento justo en que el Cuerpo de Cristo entraba en el cuerpo del niño. Solo el veinte por ciento de los que estaban en Misa recibió la comunión después de los niños. Mi párroco, el padre Barnes, podría haber hecho algunas aportaciones sobre algunas de esas curiosidades.
Me encanta el vídeo del himno de la batalla que enlaza.
ResponderEliminar¡¡Qué espanto!!
ResponderEliminarInteresante aportación. Un abrazo desde Cádiz, Angel.
ResponderEliminarVaya, Rosamari, qué alegría saludarte. Un fuerte abrazo
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