El sábado fue la Misa de san Josemaría en la Catedral.
La presión de la compasión forzada por las señoras mayores que merodeaban los asientos me acabó empujando al fondo, a los escalones del lado de Azabachería.
Y no ayudaba a estar atento que pasasen por delante todos los peregrinos despistados.
Hasta cruzó una novia que se iba a casar en la Corticela (la Catedral tiene una parroquia fagocitada dentro, jurídicamente independiente).
Me hizo gracia un tío con una camiseta estridente, en la que alguien había juntado a Gaudi con la frase Sex, Drugs and R & R (muy propio, pensé: del arte sentimental al hedonismo real).
Y delante de mis narices hubo un cruce galáctico: dos Heraldos del Evangelio (botas de montar, cruz de Santiago pero medio blanca, cadena en vez de cinturón) se cruzaron con uno de la Orden y Mandato de san Miguel (hábito azul y amarillo, lo más llamativo que se ve en el mundo católico: y por cierto, qué gran labor están haciendo en la Catedral).
Cuando el Botafumeiro, la gente aplaudió. Les debió de dar un infarto a los liturgistas que pasasen por ahí: por muy grande que sea el incensario, se supone -en la más pura ortodoxia de los signos- que no hay que aplaudir que se ofrezca incienso a Dios, pero cuéntale eso a la gente que ve un incensario de un metro recorrer la nave hasta el techo, tirado por ocho personajes vestidos de escarlata. A mí me divierte el botafumeiro, pero cuando vi que Benedicto 16 ni lo miró -estuvo recogido, mirando hacia dentro-, me di cuenta de que qué pinta ese monstruoso incensario haciendo malabarismos por el crucero. Aunque no sé, el derroche de incienso está bien, visto de otro modo.
Y ayer, la procesión del Corpus: olor a incienso por las calles, cantos del coro de la Catedral, la Banda Municipal, la muy hermosa custodia, una voz nasal y clerical por los altavoces, pétalos tirados desde los balcones.
Acabamos en el Obradoiro. Al fondo, diez «indignados» indolentemente sentados en sillas de camping: no sé qué les pareció que el señor Arzobispo les dijese -de buen rollito, lo hubiera preferido más flanneriano- que Jesús acampó entre nosotros.
Me ha encantado, Ángel; cuando escribes cosas así me dan ganas de poner en el mío una columnita de enlaces recomendados como la del tuyo...
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