Un poco más allá de Eiré estaba el convento de Ferreira de Pantón.
Nos abrió una monjita y nos indicó que nos acercásemos a una puerta de cristal desde donde se veía el claustro, que no era nada del otro mundo. Y de allí teníamos que salir otra vez fuera para ver la iglesia y nos dijo que si queríamos comprar algo que lo hiciéramos entonces: y obedecimos y le compramos almendrados -y bien de buenos que estaban y más que tendríamos que haber comprado (y los de coco, y la miel y unas pastas de muy buena pinta).
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