Quizá merezca la pena empezar con un poco de historia personal:
1. Los nombres sagrados y las lenguas sagradas: En la carrera en Valladolid tuve de profesor a don Manuel García Teijeiro, un sabio; él era el que nos llamaba la atención sobre el cuento de Rapunzel (Rumpelstizchen), la muchacha que sólo consigue librarse de un enano cabrón que la chantajea cuando descubre cuál es el nombre auténtico de él; y lo relacionaba con esas menciones de Homero a una lengua de los dioses distinta de la de los hombres (por ejemplo, la planta μῶλυ - moly, Od. 10.305). Con él tuve también un curso de doctorado sobre papiros mágicos griegos, donde era central la cuestión del modo de dominar a los dioses pronunciando sus nombres sagrados y escondidos.
2. La perniciosa influencia del Romanticismo: cuando estudié (es un decir) Filología Alemana, algo empecé a oír sobre los mitos románticos de la identidad entre lenguas y "pueblos"; tenía nociones más bien vagas sobre Schlegel y Herder, pero ya aquello me empezó a oler mal. Por desgracia ya me había creído eso de los miles de nombres para nieve de los inuits, que tardé mucho en descubrir que era una leyenda urbana, o para decirlo más rápido: una mentira como una casa.
3. La laicización de las lenguas: por suerte -y gracias a la influencia de autores como Girard- la noción de que lo sagrado es algo distinto, separado, no tiene ya mucho sentido. Desde que Cristo se hizo hombre, todas las lenguas son sagradas* (es decir, que ninguna lo es).
Así que ahora me cuesta mucho que me vendan la burra de los valores sagrados, distintivos y específicos de cualquier lengua. Y cuando digo cualquiera, digo cualquiera, sea griego clásico, bantú, castellano o gallego: todas las lenguas son comunicables y lo más importante se puede comunicar en todas. Yo puedo vivir feliz conociendo unas pocas -y conozco varias- porque la vida es corta y lo importante lo puedo aprender en esas pocas. Qué duda cabe que me haría mucho bien saber japonés y entender mejor los haikus, o danés para profundizar mejor en Kierkegaard -pero quizá mejor sería que lo empezase a leer, en traducción, claro, que para eso están-. El hecho es que debería bastar muy poco para una vida feliz y nos lían con delirios de lenguas incomunicables.
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Corolarios:
1. Las lenguas clásicas no son 'mejores' que las demás. Lo importante es las literaturas que surgieron de ellas y el hecho de que son previas y base de todas las demás de Occidente. Yo no defiendo la Filología Clásica por unos valores mágicos o preternaturales, la defiendo por su prioridad temporal y modélica -clásica- sobre las demás y porque permite leer despacio. Y luego está el hecho evidente de que hay lenguas concretas con un corpus de textos literarios más valioso que otras*: el swahili es estupendo y merece todos mis respetos, pero mi interés por su literatura es escaso; prefiero la literatura alemana, japonesa, francesa o inglesa o española o portuguesa o italiana. Otra cosa es que si veo a alguien reírse de alguien que habla en swahili porque habla en swahili, me parezca un perfecto idiota.
2. De lo específico de cada lengua, me basta con aprenderme cuatro palabras; por ejemplo en gallego, con morriña y a modiño voy apañado. Del castellano, si me acuerdo de palabras que usábamos de pequeños en el pueblo -como borratajo o abulto- me hace ilusión acordarme y ya está, pero no construyo con ellas un paraíso perdido incomunicable, ni exijo estatuto de autonomía. Si las oligarquías quieren repartirse el pastel, pueden usar la lengua como excusa, pero están mintiendo y yo no voy a hacerles el juego.
En resumen, me enferma toda esa parafernalia a propósito de la capacidad de una lengua para conservar las esencias de los pueblos, por unos supuestos valores mágicos e incomunicables de las palabras.
Y lo que quiero recordar aquí es que no hay lenguas mejores que otras, pero sí literaturas más valiosas en conjunto que otras. Los desniveles entre ellas se solventan gracias a la traducción. Por eso me apena que los niños gallegos dediquen tantas horas exclusivamente a los autores de la literatura gallega, pudiendo leer a otros; no me importa que los lean en traducciones al gallego, pero que los lean: a Shakespeare, Homero, Mario Quintana, qué sé yo, pero que a los niños los saquen de ese cerco de autores mediocres (salvando a Rosalía, Pimentel y dos más, claro está).
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* Lenguas sagradas es el nombre que algunos le dan al hebreo y al arameo y el griego, porque la Biblia está escrita en esos idiomas (y hay que recordar que el Nuevo Testamento está escrito en griego; en latín hay una traducción, la Vulgata, de especial valor para la iglesia latina, pero es eso, una traducción). Lo que se quiere decir con ello es que son Lenguas en las que se escribió originalmente la Sagrada Escritura. Y no sé si tendré que recordar otra vez que se puede ser santo siendo analfabeto: la Buena Noticia llega al oído y salva en cualquier lengua. Otra cosa es que los estudiosos de la literatura griega tengamos que saber griego, lo mismo que los biblistas: yo me estoy refiriendo aquí a la gente en general.
** Por eso, que los alumnos de 'letras puras' en Galicia pudieran elegir en el antiguo COU Literatura gallega (después de diez años de clases sobre el tema) en lugar de Lengua y Literatura Griega es algo que me sigue sublevando cada vez que lo pienso. Ahora a los de Humanidades les han puesto como obligatoria la Geografía, supongo que para que no se pierdan por las trochas. Ya no es sólo cuestión de qué literatura, sino de la literatura sin más: tanto pasteleo con las lenguas y al final lo que destrozan es la enseñanza de la literatura.
Es un artículo de gran densidad, muy interesante. Yo matizaría que lo comunicable son las experiencias universales (las relaciones de padres e hijos, o de hermanos), porque todos los humanos de cualquier latitud hemos nacido de un padre y una madre.
ResponderEliminarPero no las particularidades (el saludo maorí -de unir la nariz- es incomprensible para un occidental, hasta que te lo explican, y lo mismo el shaka hand sign), o los idiotismos, no.
Si hablamos de obras literarias, y más, de textos sagrados o inspirados (o que se tienen por tales), las lenguas en que se expresan no son enteramente comunicables, aunque los conceptos, ideas, objetos, sí lo sean.
Tal vez nuestro concepto de Dios, p.ej., fuese incomprensible para un hebreo de hace veinticinco siglos. Podemos buscar equivalencias léxicas, pero encuentro mucho más difícil la equivalencia de significados.
Podría poner cientos de ejemplos, pero con uno basta. No dudo que el Lazarillo de Tormes sea traducible a cualquier lengua de la tierra (las experiencias que relata son universales: el hambre, la pillería, etc.). Pero la gracia espontánea de la lengua del Lazarillo me temo que se pierde irremisiblemente en una traducción: ya no será el mismo texto, ni tendrá la misma gracia.
Lo importante es comunicable: el saludo maorí no lo es -al menos para nosotros. los idiotismos son eso, idiotismos, cosas particulares para cuestiones particulares.
ResponderEliminarDios es comprensible por todos, o mejor aún: su amor es comprensible por todos. Si entramos a discutir 'conceptos de Dios' estamos utilizando el lenguaje y primero nos tendremos que poner de acuerdo en los términos, pero eso no invalida lo principal. Y si no, sería imposible la ciencia, tout court (por no hablar de la ciencia teológica).
El Lazarillo no tiene 'gracia espontánea', sino muy trabajada. Su valor se puede calibrar en cualquier traducción medianamente bien hecha.
A contrario todo libro que no vale en traducción, no vale, o vale muy poco.
Y sí, prefiero leer a san Juan de la Cruz en español y a Hopkins en inglés, pero me gustan Milosz, Szymborska y Herbert y no tengo ni idea de polaco. Y sé que son buenos y espero poder oírles sus poemas a ellos mismos en su lengua original en el cielo, porque aquí abajo polaco no me voy a poner a aprenderlo ahora.
La ciencia es posible gracias a la simplificación y modelización de la realidad. Sacrifica, precisamente, la haecceitas, noción gracias a la que Hopkins se dedicó a la poesía (arte que salva lo particular).
ResponderEliminarCon la espontaneidad del Lazarillo me refiero al modelo, no al texto (que es obra de un humanista no identificado). Lo sitúo al mismo nivel que la frescura de Huckleberry Finn, que tampoco es traducible en absoluto.
Te enlazo
ResponderEliminarHe estado echándole un vistazo al termino 'haecceitas' en Google y leo y empiezo a perder pie, pero te agradezco, Joaquín, que me abras vías de indagación. He encontrado un artículo sobre haecceitas y Hopkins y no veo que su poesía tenga nada que ver con la incomunicabilidad entre lenguas (otra cosa es la dificultad de traducirlo, como a todo poeta, pero esa es otra cuestión). Que la realidad sea difícil o imposible de 'apresar' es una constatación; otra cosa es que las lenguas sean incomunicables.
ResponderEliminarTambién le he echado un vistazo en Google Books a un libro (Julián Serna Arango, Ontologías alternativas. Aperturas de mundo desde el giro lingüístico) en el que se apoya en lo que dicen Deleuze-Guattari sobre la haecceitas para defender la intraducibilidad del euskera: vale, por mí como si se opera (por cierto que escribe el libro en castellano y los ejemplos del euskera los traduce, así que no podemos saber si lo que explica del euskera es verdad y si tiene razón, sólo creerle; y para creerle a él, prefiero creer que conocemos la realidad y que el lenguaje, aunque imperfecto, nos permite comunicarla). No soy nada gorgiano.
¿Y quién es el modelo en el Lazarillo, un Lázaro real? Si no te refieres al texto ¿de qué hablas? Y cómo no va a ser traducible la frescura de Huckleberry Finn: a mí me llegó y me emocionó; siempre se puede negar que mi emoción no se corresponde con el texto inglés, porque yo lo leí en castellano, pero es que con todos esos argumentos acabamos de cara a la pared, sin salida y callados.
"Amén", exultaría, pero como hemos quedado en la secularización, pues exclamo: "¡Muy bien!"
ResponderEliminarPor la cuenta que me trae, soy muy partidario de las traducciones. De hecho, en ellas, más que en lo de leer despacio (que soy partidario del ritmo pascaliano yo), veo la verdadera justificación de vuestras filologías. El valor está en servir, como el de todos. Gracias a vuestro estudio y trabajo, podemos los pobres licenciados en Derecho leer con tranquilidad y confianza a Homero y la Biblia, nada menos. Y eso es impagable.
Pues mira tú qué cosas... Hasta leer ahora tu artículo me escandalizaba de que en gallego en 3º de BUP y COU leyésemos entre los libros de lectura obligatoria traducciones como p. ej. De ratos e de homes, de Steinbeck: "¿Y no habrá suficiente gente que escriba en gallego para que tengamos que leer esto?" Me preguntaba... Ahora la verdad me has hecho darme cuenta de que con una buena traducción las sacrastísimas normas ortográficas del gallego se pueden aprender igual de bien, y que prefiero leer eso que otras cosas gallegas de pura cepa que pululan por ahí... Aunque también, para según qué cosas que nos hacían leer, mejor hubiera sido no haberlo hecho.
ResponderEliminarMagnífico texto, Ángel. Coincido contigo en todo, en la letra y en el interlineado... y hasta en el privilegio de haber disfrutado de las clases de Don Manuel (Chema)
ResponderEliminarLas lenguas son comunicables (de hecho, hablantes de distintas áreas del planeta logran comunicarse). La poesía de Hopkins sin embargo revela que en el proceso de trasavase de ideas y conceptos de una lengua a otra, hay algo que se pierde irremisiblemente. Lo que se pierde es la individualidad inefable de la persona, o de esta cosa, haec, o este momento. La novela de Mark Twain, de hecho, se ha traducido, pero el Huck Finn de la versión española es un personaje mutilado en un rasgo esencial, que es su singularidad de hablante (que sólo se descubre en su lengua original). En este momento, y en materia literaria, es indiferente que Lázaro, Huck, o Sancho Panza (o Job) tengan un modelo individual en la realidad (o respondan en realidad a un espectro de personajes con rasgos comunes). De lo que hablamos, es cierto, es del texto.
ResponderEliminarEn los países intelectualmente indigentes, el patriotismo del lector compensa el insuficiente talento del escritor.
ResponderEliminarGrandes aplausos hasta en el interlineado, como dice Chema.
ResponderEliminarNo todo es verbalizable, no podemos "decir" a los seres, podemos nombrarlos (=designarlos: incluso el nombre propio, sólo designa, no expresa. El deseo de ese nombre propio que no designe, sino que exprese lo que cada uno es -o el temor, por el poder que tendría quien lo conociera- es lo que late en todos esos cuentos sobre el nombre secreto que hay que adivinar. Ese sería el lenguaje de los dioses, claro. Qué gran manera de explicarlo la de vuestro profesor: Tú eres "Pedro", el nombre escrito en la piedra blanca...), definirlos, contar cosas sobre ellos... Lo que constituye su ser más íntimo siempre se queda fuera, o dentro (y si supiera hacerlo enlazaría el "Ich fürchte mich so vor der Menschen Wort..." de Rilke).Y eso incluso en los seres imaginarios como Huckleberry Finn: son sólo descripciones, la del lenguaje o la jerga utilizada también lo es, ¿dónde está el acento, la voz, la inflexión, el gesto... ?
Así que estoy contigo en que todo lo que es verbalizable en una lengua, lo es en otra. A veces hace falta todo un giro para una sola palabra, o es necesaria una explicación (por ejemplo que las divisiones del día en alemán no coinciden con las del español, y a qué nos referimos con Vormittag o con Abend y Nacht: noche las dos, pero no la misma noche), pero todo es trasvasable, incluso la jerga del Lazarillo. Claro que se pierde la base física y da una pena terrible (ese es el drama de la poesía, o de traducir "a modiño", o "carrapucheiriño", que le dices adiós con lágrimas como a un amigo), pero lo que es comunicable, lo es en todos los idiomas, hasta en el lenguaje de los sordos. Y la individualidad inefable a la que se refiere Joaquín, desgraciadamente (o afortunadamente, vaya usted a saber), es inefable en todas las lenguas humanas y puede que hasta angélicas.
PS. "Los lirios del campo y las aves del cielo" es una maravilla, tenía una idea completamente equivocada de Kierkegaard, vamos, que no tenía ni idea. Anímate.