La pureza del espíritu está relacionada con la verdad. Un espíritu es puro cuando hace las distinciones necesarias y respeta los límites; cuando llama grande a lo que lo es y pequeño a lo que lo es también; cuando no transforma nunca el sí en no y viceversa; cuando no borra nunca la línea absoluta de la demarcación que separa el bien del mal. No consiste en hacer el bien y evitar el mal. Se trata de algo más primordial: que lo bueno no sea llamado malo y lo malo no sea jamás llamado bueno. La pureza de espíritu viene de la fuente misma de sus propios movimientos, de su manera de pensar el ser y el deber. Es la autenticidad y corrección primitivas, que se fundamenta en el verdadero sentido de las palabras, aclarando situaciones, perfilando límites. El espíritu se torna impuro por la mentira. (...) Como espíritu, no ensucia su fuente ni su ser, no se vuelve impuro al mentir mientras sienta todavía el reproche de su conciencia, sino que se vuelve impuro cuando sacrifica su sentido de la verdad (...), cuando no tiene la voluntad de ver lo que es, cuando es indiferente a la claridad de las ideas, cuando no somete sus juicios a las normas eternas, cuando ya no sabe que el honor de la verdad es su propio honor, cuando ensucia el sentido de las palabras, que es también el de las cosas y el de la vida; cuando roba a las imágenes su nobleza y su austeridad.
Romano Guardini, El Señor, VI, 4, p. 345.
No hay comentarios:
Publicar un comentario