viernes, 7 de agosto de 2009

Relámpago por la meseta

El martes llevé a J. a Alto Campoo. Ilusión por pasar por una frase que me aprendí de pequeño: "Fontibre cerca de Reinosa".
Varios caballos sueltos alrededor de un Clío vacío.
El retablo de la colegiata de Aguilar de Campoo, que recordaba a Alonso de Berruguete (¡todo el arte de Palencia que me estoy perdiendo!).
Y por una carretera secundaria, sin prisa a Burgos: campos de cereal segados, pueblos apretados.
Y en Burgos directamente a la Dépor, que estaba María Jesús con los niños pasando allí la calorina. Hacía años que no estaba cerca de una piscina: sigo sin echarla de menos, de acuerdo con la máxima pitagórica (de los 40 parriba, etc.).
Los niños salían del agua tiritando, hasta que se cubrían con la toalla. Y los ojos les brillaban todavía más. Por allí había mamás y papás con toda la impedimenta y sus criaturas: una vida posible que yo no seguí, que está bien y que no envidio.
Y luego, a ver a Irene y a Eva en un curso de montar a caballo (en un túper, llevaban zanahorias para darles a los caballos).
Mientras se comía un helado, Diego me dijo que lo que más le gustaba del colegio era la educación física, de lo que me alegré infinito.
La excelente tortilla que nos hizo Antonio.
Y al día siguiente a Hacinas. En la casita de mi madre, estuve viendo papeles de mi padre: de trienios, de cursos, de reuniones en Burgos, de sus investigaciones de historia. Mi madre nos hizo arroz y Eva un bizcocho de moras.
Me consoló encontrarme a Ramonchu tan gordo como yo. Además de los niños -muy altos- tiene una niña, Naroa, de grandes ojos.
Mi tío gallego me pregunta que si sé gallego y consigo zafarme sin responder.
La casa de los abuelos la está rehaciendo el tío. Tendrá un horno para el invierno, para asar patatas. Y buena paliza se está pegando; cuando puede descansar, lee el Sunday Times.
Y nos sentamos en un banco con la peña de Carazo enfrente:



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